EXCURSIÓN A COVADONGA Y RIBADESELLA (4 de Agosto de 2008)
En principio, la excursión contaba con varios alicientes importantes: estaba programada para mayores, gentes del pueblo que salen poco fuera, Año Jubilar en Covadonga, un conductor de máxima confianza y la posibilidad de pasar un día de verano distinto. Viajaron 36 personas que acudieron puntuales a la cita de la plaza de la Picota, mientras amanecía un día radiante de sol. Los escasos minutos de espera hasta que apareció el autobús, se consumieron en comentarios relativos a nuestra buena suerte con el tiempo. El ambiente era de un verdadero día de fiesta. Nada más salir, una vez pasado el puente grande, D. Domingo rezó un responso ante el antiguo emplazamiento de la Virgen de la Puente. Una vez recogidos los dos últimos viajeros en Liegos, y entonado el himno de la montaña a nuestro paso por Burón, nos encaminamos al Puerto del Pontón, con dirección a Cangas de Onís, que sería nuestra primera parada. Pasamos al lado de la Fuente del Diablo, nacimiento del rio Sella, que veríamos más tarde entrar en Ribadesella, entregando sus aguas al mar Cantábrico. Cruzamos el mítico y siempre impresionante desfiladero de los Beyos, con sus curvas y contracurvas en las que a duras penas se cruzan dos coches, con sus impresionantes paredes de caliza y con el rio Sella que ha escavado esta garganta a lo largo de millones de años. A las diez menos veinte llegamos a Cangas de Onís.
Visitamos el puente romano, antigua construcción que se conserva en un magnífico estado, y más tarde, por medio de dos viajeros que conocían al párroco, se nos abrieron las puertas de la iglesia de Cangas de Onís, sorprendente y gigantesca construcción de piedra con vistosas vidrieras y líneas rectas. La hostelería no fue amable con nuestra visita y así tuvimos que "suplicar" que nos sirvieran un modesto café, para terminar marchando sin ser atendidos. Sobre las once y cuarto, y una vez que Rosario repuso su calzado en una zapatería próxima, nos encaminamos a la cita más importante del día: la visita a Covadonga. D. Domingo tomó el micrófono y nos hizo un magnífico resumen histórico del Real Sitio.
La llegada a Covadonga siempre es sobrecogedora. A medida que se va avanzando por la carretera aparece allá en lo alto, la inmensa basílica, con sus dos torres gemelas apuntando al cielo. Son las doce menos veinte de la mañana y Chuchi nos conduce a la enorme esplanada a escasos 50 metros de la entrada a la basílica. Covadonga nos recibe con una luz y temperatura excelentes. No nos cabe ninguna duda que la Virgen de la Puente y la Santina son buenas amigas y sin duda habrán hecho algún apaño ante quien manda en estas cosas del tiempo para que el día resulte radiante de sol. Después de las fotos de rigor, nos encaminamos a la entrada de la basílica para escuchar la Santa Misa y ganar el Jubileo, según lo ha dispuesto el Papa Benedicto XVI. La estatua de D. Pelayo, primer rey de Asturias, coronado en la ermita de Corona (valle de Valdeón), nos vigila atentamente desde nuestra izquierda. La entrada en la basílica se produce en medio de un silencio y respeto propios del sitio. Y cuando todos esperábamos que D. Domingo fuera un concelebrante en la misa del peregrino, saltó la sopresa y apareció como principal y único celebrante. La devoción, la emoción y el respeto se mezclaron con la suave música del valioso órgano que imprimía un carácter especial en el lugar. D. Domingo, con muchos años de experiencia, no se arredró ante el impresionante escenario y nos obsequió con una ceremonia muy especial, con preciosa homilía. Solo por este acto ya mereció la pena el viaje. El sacristán, sorprendido por el buen hacer del sacerdote, preguntaba si realmente no había preparado el acto. ¡Inolvidable ceremonia!
Después de la Santa Misa quedó tiempo suficiente para visitar a la Santina en su cueva, hacer las compras y encargos pertinentes, visitar la fuente de los siete caños, admirar el lago lleno de monedas y tomar un refresco. A las dos menos cuarto en punto salimos de Cavadonga y como era obligado, nada más ponernos en camino, D. Domingo fue obsequiado con la gran ovación que se había ganado con la solemne ceremonia en la basílica. Así, con un ambiente en el que se respiraba concordia y armonía, contemplando los verdes parajes asturianos, con el Sella a nuestra izquierda, ya crecido y lleno de piragüistas, llegamos a Ribadesella. El autobús nos dejó a la misma puerta del restaurante "La Chopera", con una muy hábil maniobra por parte de nuestro admirado chófer Chuchi. La recepción en el restaurante fue muy acogedora por parte del personal de servicio, conduciendo a los comensales hasta las mesas, previamente reservadas. Una vez acomodados en nuestros respectivos lugares, dio comienzo la comida.
A juzgar por el buen llantar y disposición de los viajeros, se diría que había buen apetito. Como estaba previsto se sirvió una excelente sopa de marisco, con muchos "bichos", siendo muy bien acogida por los comensales, que pudieron repetir varias veces. Se acompañó de vino, agua, gaseosa y, como no, de sidra de la tierra, ya que, estando en Asturias, no podía faltar. Pero lo mejor de la comida estaba aún por llegar: un sabroso cordero acompañado de patatas fritas y ensalada que los comensales disfrutaron a satisfación. Una riquisima tarta de crema de café con almendra, cubierta de yema tostada, cerró los platos principales. Ya solo quedaba el café de pota y el orujo blanco o de hierbas, según los gustos. Los comensales parecían satisfechos y no faltaron los comentarios y las bromas que dieron al acto un carácter muy familiar. Después de una breve sobremesa, era hora ya de visitar la playa de Ribadesella. Antes, camino de la misma, se obsequió a los excursionitas con unos sombreros, gentileza de la empresa de transporte ALSA.
La playa de Ribadesella nos recibió con cielo gris pero con una excelente temperatura, lo que hacía que estuviera repleta de bañistas. La mayor parte de los viajeros prefirieron pasear contemplando el panorama. Pero también los hubo que se atrevieron a bajar a la arena y, pantoles remangados y zapatos en mano, desafiaron la fuerte pleamar y se mojaron los pies. El tiempo fue pasando y a las siete de la tarde, como estaba previsto, abandonamos Ribadesella para emprender el regreso a Acebedo. De camino a Arriondas, no faltaron los cantares propios de excursión que los viajeros entonaron con ganas. De nuevo en el desfiladero de los Beyos no faltó el imprevisto de varios coches en contra que el chófer resolvía con maestría, a golpe de cláxon por expreso mandato de Obdulio. Sobre las ocho y media, el viaje se detuvo durante veinte minutos para que aquellos viajeros que así lo quisieran pudieran estirar las piernas y contemplar los hermosos paisajes que se divisaban desde un mirador, una vez pasado el pueblo de Oseja de Sajambre.
A las nueve y media en punto entrábamos de nuevo en el pueblo de Acebedo después de haber pasado un hermoso día. Si tuviera que resumir el día en pocas palabras, diría las que me dijo uno de los más veteranos excursionistas: "En un pueblo, vale más la concordia que nada". Dicho y escrito queda.
Nota:
- La excursión fue sufragada en parte con las cuotas de los participantes. El resto fue abonado por la Asociación Cultural y Deportiva "Virgen de la Puente".