IV SEMANA CULTURAL Y DEPORTIVA "VILLA DE ACEBEDO"

Día 4 de agosto, jueves.

RUTA DE MONTAÑA 2011

Aunque la hora prevista para la partida eran las 8.00 de la mañana, Pedro nos debió de ver tan animados (o cansados, ¡vete a saber!) que nos concedió una hora más de sueño, así que a las 9.00 de la mañana aparecimos en el Oterín, junto a la piedra del tío Pifanio, 22 montañeros y montañeras con mochila y un perro sin alforjas, confiando en que alguna vianda sobraría de las que nosotros portábamos a la espalda.

Aunque la niebla todavía no dejaba distinguir la clase de día que íbamos a tener, a las ocho y dos minutos un mensaje llegó a mi móvil que despejó nuestras dudas: “Mampodre luce espectacular de sol desde Tarna. Solo hay niebla abajo. Que paséis buen día.”

Con la seguridad de que no tardaría en sobrarnos la ropa de abrigo, emprendimos la marcha por el camino de La Frecha, bajo la atenta mirada de las yeguas que a esa hora ya estaban desayunando.

La niebla continuó siendo nuestra compañera de ruta durante la primera hora, mientras recorrimos las cuestas de La Frecha, la Mata la Arenera y la Cruz del Rayo.

 

 

 

 

 

La niebla continuó siendo nuestra compañera de ruta durante la primera hora, mientras recorrimos las cuestas de La Frecha, la Mata la Arenera y la Cruz del Rayo.

En el cruce de caminos, cerca ya de la Caseta Nueva, tomamos el camino de la derecha hacia el Monte Cea para llegar, hacia las diez de la mañana, al Prao Escobio.

 

En el Prao Escobio se hizo una parada para reagrupar a todos los expedicionarios, beber agua y afrontar con ganas las empinadas cuestas que nos llevarían a coger el camino que sube a Los Hoyos. Una vez que cogimos altura, dejamos la niebla en el valle y empezó a ser necesaria la gorra para protegernos del sol que entonces comenzaba a brillar con ganas.

 

 

Bajo un sol de justicia y después de habernos agrupado nuevamente en la loma de Los Hoyos, continuamos nuestra ruta por los senderos que nos conducirían al camino que asciende hasta el Corral de los Diablos, en cuya fuente hicimos un alto para beber agua, reponer fuerzas y al mismo tiempo aligerar el peso de nuestras mochilas.

 

 

 

 

 

En este punto se unió al grupo Mariano que, como buen madrugador, cuando nosotros llegamos a la fuente él ya bajaba de la Collada de Murias. Aprovechamos este descanso para probar los arándanos y para contemplar asombrados las enormes piedras que forman el imponente semicírculo de la morrena glaciar que conocemos con el nombre de Corral de los Diablos. Este era el punto más alto de nuestra ruta, así es que a partir de aquí casi todo el camino que nos quedaba para volver al pueblo tendría una ligera pendiente hacia abajo.

Iniciamos el descenso por los senderos que acompañan al arroyo de Tras del Coto las Undias, que serpentea por su estrecho valle formando infinidad de meandros y pozos que sirven al ganado de abrevadero durante el verano.

Mientras bajábamos por las mullidas praderas que hay en este valle, un rebeco quiso mostrarnos su agilidad ascendiendo de forma vertiginosa por la ladera de la peña que dejábamos a nuestra derecha. Cuando se sintió seguro por la distancia que lo separaba de nosotros, se subió a un risco observándonos con descaro ofreciendo la vista de su silueta recortada en el horizonte.

A la altura de la peña del Coto las Undias, abandonamos la compañía del arroyo y continuamos por los senderos que nos conducirían por encima de Los Acebales hasta la Loma del Prao los Tizones.

Después de un breve descenso llegamos a la fuente del Prao los Tizones, donde hicimos un nuevo alto en el camino para beber agua y reagruparnos nuevamente con los rezagados.

 

 

El perro de Camilo, que durante todo el trayecto había pasado desapercibido, quiso hacernos un regalo y mientras nosotros estábamos sentados alrededor de la fuente, su olfato canino lo llevó hacia unos cuantos árboles diseminados que crecen separados del monte en la ladera de la Peña de Todos los Vientos. Apenas unos segundos más tarde, de entre aquellos árboles salieron dos enormes venados a los que no quedó más remedio que desfilar majestuosamente ante nuestros ojos mientras buscaban cobijo en el monte que quedaba a nuestra espalda.

Poco después continuamos nuestro camino descendente y en la varga de la Fuente Erendia nos cruzamos con los rapaces del campamento que había instalado en el Prao Soto Bajero, que con paso cansino y cargados con unas enormes mochilas iban camino de Lois. Nos preguntaron que si les faltaba mucho para llegar a su destino y no quisimos desanimarlos demasiado indicándoles que “después de cuatro curvas estaba el pueblo y que casi todo el camino era cuesta abajo”. Seguro que antes de llegar a la Collada de Llorada se acordaron unas cuantas veces de nosotros.

Después de haber engañado a los voluntariosos chavales, continuamos nuestro camino hacia Los Juntanales, donde nos esperaba la tarea que nos habíamos impuesto realizar antes de comer.

Sobre la una y media del mediodía llegamos a Los Juntanales, donde nos encontramos con mucha gente que había subido del pueblo para ayudarnos en la hacendera y acompañarnos en la comida.

 

 

 

 

 

 

La tarea consistía en acabar el puente de troncos que unos cuantos días antes habían iniciado Pedro, Enrique y Alberto. Este puente era un proyecto apoyado por todos aquellos a los que se había consultado, ya que es un paso muy transitado y el río se cruzaba con mucha dificultad en invierno y con riesgo de caídas y de mojaduras en verano por lo resbaladizas que allí son las piedras.

 

 

 

 

Nada más llegar nos pusimos manos a la obra, bajo la atenta mirada de un numeroso público que observaba las evoluciones de tantos trabajadores para tan poca obra.

No hay nada más que observar la diversidad de conocimientos que atesoraban los obreros para darse cuenta de que era muy difícil que se presentara un problema técnico que no pudiera ser resuelto de inmediato.

A medida que se iba acercando la hora de comer, se iban acumulando comensales en la parte del río del Monte Cotao, esperando que los operarios dieran por finalizada la obra para tener el privilegio de ser los primeros usuarios de la pasarela de troncos.

Con tanta mano de obra especializada, no fue necesario esperar mucho y las primeras usuarias pudieron cruzar confiadas el nuevo puente de Los Juntanales alrededor de las dos y media de la tarde. Una hora fantástica para dar comienzo a la otra tarea que nos había congregado allí: comer.

En una ladera con la inclinación perfecta, a la sombra de hayas y escobas, dimos buena cuenta de las viandas que algunos habíamos paseado a la espalda durante toda la mañana. Como no podía ser de otra manera, no solo comimos de lo nuestro sino que también compartimos lo propio y lo ajeno en un ambiente de sana camaradería.

Como auténticos profesionales, nosotros también hicimos la “prueba de carga” para comprobar que la estructura construida resistiría a las previsiones de su futuro uso. Como se puede comprobar por la foto de arriba, el puente superó con éxito la dura prueba a la que fue sometido y los troncos apenas se dieron por aludidos cuando sobre ellos se situaron trece voluntarios. No podemos responder de lo que pueda suceder si algún día el tránsito por el lugar hace que coincidan cruzando el puente a la vez catorce o más personas. No parece muy probable, pero nunca se sabe.

Una vez superada la prueba, lo celebramos con cánticos y recitación de poesías. Como siempre, Mariano volvió a demostrar que en estos menesteres no tiene rival.

Todo lo que teníamos previsto hacer allí ya estaba hecho, así que sobre las cuatro de la tarde cruzamos todos el río por el nuevo puente para volver a Acebedo por las frescas sombras que nos proporcionaban las hayas del Monte Cotao.

En apenas una hora cruzamos el monte, bajamos las cuestas del Prao Fea y sobre las cinco de la tarde volvíamos a pasar por delante de la piedra del tío Pifanio que había sido nuestro punto de partida.

Quedaba mucha tarde por delante, lo justo para una ducha rápida y acabar de cubrir el chozo de la entrada del pueblo, una hacendera que habíamos empezado el día anterior. Pero eso ya es otra historia.

Yo también estuve allí

Ángel Cimadevilla Díez

León, septiembre de 2011

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