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Cuando asomé a la curva de Valdetiego, el pueblo se adivinaba bajo una imnesa capa de polvo. Serían las cicno de la tarde del día 27 de Julio de 1.987. Al ponerse el sol, Pedrosa del Rey, un histórico pueblo de la montaña leonesa oriental, que había resistido y sobrevivido a la francesada en 1808, después de haber sido quemado, cuna del ilustre D. Antonio de Valbuena, dueño de un hermoso patrimonio artístico, habría acabado sus días para siempre. Enfilé la recta que conducía al pueblo desde Riaño: ya no estaba la casa de Pablo, ni las escuelas, donde recibí las primeras lecciones de D. Antonio, maestro y veterinario, ni la casa de mis abuelos paternos...Ya se habían cargado toda la entrada y la plaza del pueblo. El impacto emocional me había dejado completamente desorientado y estaba delante de casa del cura. Tenía que volver sobre mis pasos y dirigirme raudo al Barrio Abajo. Tenia que verlo con mis propios ojos. Tenía que ver cómo ejecutaban mi casa, sin mas delito que haber sido construida por mis abuelos maternos hacía ochenta años, con sudor y lágrimas. |
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Cuando llegué la casa ya estaba rodeada y custodiada por la Guardia Civil como un peligroso delincuente y unos obreros sacaban el armario del cuarto. Ni siquiera le permitieron acabar dentro sus días, en el lugar que estuvo siempre. Lo dejaron allí, frente a la casa, testigo mudo de la sinrazón. Más tarde, abandonado a su suerte, cargaron con él unos gitanos. Ya se habían llevado antes los balcones de forja, la puerta de roble y, al día síguiente, se llevarían las piedras labradas del arco de la cuadra. Apreté los dientes y comencé a disparar la cámara. El capitán de la fuerza me ordenó que no hiciese fotos a los guardias. Imbuido de un coraje sublime le dije que me importaban un bledo los guardias: solo quería dejar constancia de la ejecución de mi casa. No me molestó más. |
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- ¡Qué huevos le echaste!, me dijo Primitivo que contemplaba la escena.
Primero se cargaron la casa de Manolo, la cuadra, la hornera, las paneras, donde guardaban el grano. Luego destruyeron la corte de las ovejas y atacaron, finalmente, la cuadra de Primitivo, que estaba al lado. Parecía un mal sueño, una pesadilla llevada a cabo por un gobierno que se decía socialista, con un tal Alfonso Guerra dando órdenes directas desde el Palacio de la Moncloa. Apenas veía nada debido a la inmensa polvareda que ocasionaban las seis máquinas destructoras de un tamaño monstruoso. El ruido que provocaban eran infernal. |
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La hora había llegado. Eran las 18.43. Las primeras piedras de la parte trasera de la cuadra empezaron a caer. Producían un ruido sordo y seco al chocar contra el suelo. Las vigas de roble crujían de dolor. La escena era sobrecogedora, patética, casi insoportable. Pero me mantuve allí, con los dientes apretados y lagrimas que me impedían ajustar el enfoque de la cámara. |
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Las máquinas seguían su trabajo de verdugos, manos ejecutoras de un viejo proyecto que nunca debió de haber sido ejecutado. Parecía imposible lo que mis ojos estaban contemplando. En unos minutos todo quedaría reducido a escombros. La emoción que me embargaba era insdescriptible. Mi corazón se salía del pecho y por un mometo pensé que me podría ocurrir algún percance. La hermosa pared lateral, otrora con dos hermosos balcones de forja, donde mucha veces había geranios y flores colocados por mi madre, hizo un atisbo de oposición. El monstruo se echó hacía atrás y atacó ferozmente. La pared cedió con un gran estruendo de piedras y vigas rotas. |
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A las 19,07 del día 27 de Julio de 1.987 acabó para siempre mi casa. Sus paredes me vieron nacer y escucharon mis primeros llantos. Allí viví con mis padres y hermanos los primeros cotorce años de mi vida. Allí quedaban enterrados para siempre mutitud de hermosos recuerdos, de historias mil, de una infancia lejana entre vacas, escuela y catequesis, misas y rosarios, trabajos varios para contribuir, en lo posible, a una modesta economía de supervivencia. |
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Desde que tuve uso de razón, siempre escuché en casa la palabra pantano. Debió de ser una de las primeras que aprendí a pronunciar. Me acostumbré a vivir con la espada de Dámocles sobre la cabeza pero siempre pensando en algo irrealizable. En mi mente de infancia no cabía la posibilidad de que alguien viniera y destruyera tan fácilmente lo que los vecinos tardaban meses e incluso años en construir. Incluso cuando, desde el coche de linea, en los años 60, veía crecer el muro amenazante, pensaba que no iba con nosotros. Pero aquellos pensaminetos infantiles habían quedado muy atrás. Lo que tenía ante mis ojos era la pura realidad. Y lo que mis ojos contemplaban era destucción, hecatombe y muerte. Mi casa había pasado a la historia. |
Con ella se fue también el barrio, el pueblo y quedó herida de muerte la comarca. Veinte años depués sigue sin recuperarse de aquel enorme zarpazo que supuso la desaparición de nueve de sus mejores pueblos.Las perspectivas para la zona no son nada halagüeñas. Los pueblos que sobrevivieron a la catastrofe han entrado en una decadencia imparable. Se ha perdido mucha población y muchas explotaciones ganaderas, motor de la economía durante siglos. Estos habitantes, que ahora se quejan amargamente de su situación, no movieron un solo dedo en favor de sus vecinos de comarca. Más al contrario, aunque parezca increible, hubo gente que celebró la desaparición de algún pueblo pensando en el maná de los pastos y el terreno que les caía del cielo y que, a día de hoy, ya han recibido. De poco o nada les ha servido. |
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Al oscurecer de aquel fatídico 27 de Julio de 1987, cuando las vacas regresaron de la vecera, se quedaron clavadas en la varga del puente. Los dueños tuvieron que ir a rescatarlas de su inmovilidad y conducirlas hasta algún prado para intentar ordeñarlas. Los establos ya estaban destruidos. Trabajo valdío. Entre todas las del pueblo no llenarían un caldero.
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El único edificio que sobrevivió a la masacre fue la iglesia, cuya espadaña apuntaba desafiante hacia el cielo. Algunos días después, se arrancó la hermosa portada románica argumentando que había sido robada por D. Antonio de Valbuena tiempo atrás. ¿Acaso alguien se puede imaginar al bueno del melladín de Pedrosa, conduciendo una carreta de bueyes y robando en Siero de la Reina unas piedras de un monasterio abandonado? La versión, mucho más civilizada y verosímil, que circuló siempre por Pedrosa es que D. Antonio de Valbuena, además de gran y polémico escritor, era un excelente abogado y, en más de una ocasión sacó de apuros a los de Siero. No admitió nunca dinero ya que disfrutaba de desahogada posición económica y, en pago a sus servicios, le regalaron la portada románica, que ellos mismos le llevaron, sobre la que fue construida la iglesia. Permitir que la portada fuera separada de la iglesia, destruyendo así un edificio de gran belleza y valor histórico, para que hoy de entrada al camposanto del pueblo, fue una más de las muchas barbaridades, disparates y saqueos que ocurrieron en los pueblos una vez derribados. |
La iglesia, o lo que de ella tuvieron a bien dejar los de Siero, fue trasladada, piedra a piedra, al nuevo pueblo de Riaño, sustituyendo la portada original por una aceptable imitación.Fue dedicada a la advocación de Santa Agueda, que buena y muy respetable santa será, no lo pongo en duda.Pero para los que fuimos bautizados, hicimos la primera comunión y enterramos a nuestros antepasados en ella siempre será la
IGLESIA DE PEDROSA DEL REY
y siempre estará dedicada a la advocación de S. Martín, obispo y mártir.
¡Cuanta tropelía, Dios mio!
Enrique Martínez
15 de Diciembe de 2.007 |
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