Documento publicado en el número 29 de la Revista Comarcal de Riaño

 

VITORIANO MARINA MANCEBO:

EL PASTOR DE CARDAÑO

Cuando el verano ha finalizado y, entrado ya el otoño, las cumbres de las montañas empiezan a blanquear por débiles nevadas, en todas las majadas de la Cordillera Cantábrica , se toca arrebato y comienzan los preparativos para el viaje de regreso a las templadas dehesas extremeñas. A primeros de Octubre los rabadanes de toda la cabaña se reúnen para aclarar con el mayoral de cada rebaño las novedades ocurridas en la ganadería y los gastos habidos durante el verano en las diferentes majadas. En esa reunión quedará fijada la fecha de la partida de los rebaños hacia el Sur. Partirán de dos en dos, alparceros. Viajarán así para ayudarse en caso de necesidad.

Los días anteriores a la partida hacia Extremadura se reúne todo el rebaño, se pagan las cuentas en las roperías, comercios proveedores de pan, aceite, sal y pimentón, se colocan los cencerros a los mansos, las carrancas a los mastines y se van recogiendo todos aquellos utensilios que, durante el verano, han usado los pastores. El ganado, que ya intuye el día de la partida, bala sin cesar, puede que de alegría o quizá de tristeza conociendo las duras e interminables jornadas de camino hasta tierras extremeñas.

Para hablar de la bajada hacia el sur y de la vida en las dehesas durante el invierno nos hemos acercado hasta Villafrea de la Reina donde sabemos que vive un experimentado pastor. Es el día 8 de Diciembre, festividad de la Inmaculada Concepción y, aunque sean las cinco de la tarde, hora del Rosario, Vitoriano se encuentra en misa, ya que D. Paulino, el párroco, no dejará al pueblo desatendido en fecha tan señalada.

Una vez instalados cómodamente en una cocina del pueblo, Vitoriano, natural de Cardaño de Arriba, pero casado y residente en Villafrea, nos recibe muy cordialmente y nos invita a preguntar todo lo que queramos saber del mundo de la trashumancia. Esta afirmación que en principio se nos antoja algo presuntuosa no lo es tal ya que Vitoriano demostrará a lo largo de nuestra muy agradable reunión que es un gran conocedor del mundo pastoril, además de poseer una gran habilidad en el uso del lenguaje. Hombre de gran locuacidad y fácil conversación no resulta fácil interrumpirlo una vez que ha iniciado el relato debido al entusiasmo que manifiesta cuando habla de su antigua profesión.

Nos cuenta que sobre la vida de los pastores se han escrito muchos libros y que algunos escritores han hecho con ellos parte del viaje. Alguno hubo que llegó incluso a Extremadura con ellos. Vitoriano siempre les decía: “Ustedes pregunten todo lo que quieran que nosotros les contestaremos muy atentamente”. Vitoriano confiesa sus 76 años con mucho orgullo y a fe que uno vuelve a quedar perplejo del excelente estado físico y mental que presenta. Su memoria es realmente prodigiosa y se acuerda sin mayor esfuerzo de los nombres de sus antiguos compañeros, de lugares y de amos con pasmosa facilidad.

Vitoriano Marina Mancebo , Vito, no comenzó joven en el mundo de la trashumancia pero ya poseía una amplia experiencia en el pastoreo de ganado de todo tipo porque en su pueblo “…allá de chaval siempre estaba con el morral a la espalda…” Antes de dedicarse profesionalmente al oficio de pastor realizó trabajos varios hasta prestar el servicio militar. No pasó, por tanto, por las categorías inferiores del mundo pastoril y que tan duras y sacrificadas se hacían para los aprendices de pastor. Su primer contrato profesional se celebró en Valdosín y se ajustó con los Barreales, de Lario. Pronto se arrepintió ya que eran años muy malos: se trabajaba mucho y se ganaba poco:

-  Pero fueron pasando los años, te haces a eso y me jubilé de pastor, -cuenta Vito- y resulta que dipués no me pesó. En Explosivos Río Tinto, donde trabajaba, hacían pólvora y lo mismo pude haber salido por los aires…allí se mató un asturiano muy majo…

Vitoriano es de los pastores “modernos” y nunca viajó a Extremadura conduciendo los rebaños por la Cañada Oriental Leonesa, que es la que parte de nuestra montaña. En su época los rebaños ya viajaban en tren. Embarcaban en la estación de Santas Martas o en Palencia con destino a Puertollano. Pero el viaje duraba hasta tres días con sus noches, ya que dejaban paso a todos los trenes que se cruzaban. Las ovejas durante el viaje se quedaban ciegas y no comían ni rumiaban y algunas morían.

No le resulta difícil desempolvar sus recuerdos pastoriles ya que, escuchándole, parece que los hechos hubieran sucedido ayer mismo. Pone tanto énfasis en la descripción y tan gráfico es su relato que parece estar aún viviendo del oficio. Así, una vez llegados a la dehesa extremeña, donde rebaño y pastores pasarán el invierno, comienzan las labores propias del otoño.

-  Acompañan al rebaño 6 ó 7 pastores y lo primero que se hace al llegar a Extremadura es apartar las borras, que son las crías del año anterior, que se echan a las mojoneras, terreno más escaso y con menos comida. Las acompaña el zagal. Luego se hace otro hatajo con los carneros y se echa con él al otro pastor más joven. Si bien la finca es toda del amo, cada hatajo pasta en su propio terreno.

Poco a poco, Vito va desgranando el trabajo de los pastores en Extremadura, trabajo que está muy delimitado teniendo cada uno una función muy concreta y específica, que conoce a la perfección. Los pastores están solos con sus hatajos durante el día pero, por la noche, siempre cenan y duermen juntos en el mismo chozo.

-  En el rebaño ya solo quedan las preñadas que pueden ser 700 u 800, que se dividen en dos hatajos con dos pastores, hasta que van pariendo. Y cuando van pariendo el primero que se queda con ellas es el rabadán hasta que junta un hatajo de paridas, unas 50, que entrega al ayudador o compañero, segundo en importancia. El ayudador o compañero guarda el hatajo temprano (en parir), unas 300 ovejas.

Todos los días hay que “tildar”, (marcar) ovejas con un tinte “colorao” que se llama amazarrón. Los hatajos se “tildan” de diferentes maneras para distinguirlos, ya que luego se juntan en muntanera (en el pasto) y es necesario saber a qué hatajo pertenece cada oveja y qué pastor la guarda, ya que cada uno responde por su ganado. Una cosa es la marca general de la cabaña, el hierro, y otra la “tilde” que solo sirve hasta el esquilo. Si la paridera se amontona, es necesario tildar entre 50 y 60 ovejas diarias. El rabadán tiene que tener los ojos muy abiertos para “ahijar” a las ovejas y que éstas no pierdan al cordero. Así mismo, es necesario dar cuenta de los corderos y ovejas que se entregan al hatajero y dar las cuentas exactas. No puede faltar ni una sola res.

Una vez que han parido todas las ovejas se han formado tres hatajos: el temprano, el del medio y el tardío, cada uno a cargo de un hatajero. De la “chicada”, las ovejas que han parido las últimas, también se ocupa el rabadán. Terminada la paridera, la chicada se arrimaba al hatajo tardío y, de esta manera, el rabadán quedaba libre. El número de ovejas que formaban cada hatajo dependía del terreno que tuvieran para pastar y era siempre el mismo.

La paridera suponía un enorme desgaste para los pastores y cuenta Vito que cada semana suponía apretar un ojal más en el cinto. Pero una vez pasada la paridera era al revés: cada semana había que aflojar un ojal y el trabajo era mucho más llevadero. Incluso se permitían llevar un libro “…y aquí me siento y allí me levanto y vas leyendo de sombra en sombra…”

Los pastores pasan todo el día guardando sus hatajos que pastan por separado. Las dehesas, espacios inmensos con miles de hectáreas de terreno, con una orografía bien distinta a la de nuestras montañas, no cuentan en montanera con lugares de abrigo ni chozas para guarecerse del frío y del viento. Los pastores, hombres habilidosos e imaginativos, construyen sus propios refugios para burlar el viento. Son los terrucos, unos muretes construidos con piedras que, desde un vértice, parten en tres direcciones. De esta forma tenían todos los frentes cubiertos. Para sentarse usaban una piedra que tuviera “buen asiento”. El acarreo de laspiedras y la construcción del terruco llevaban su tiempo.

Pero no era esta la única ocupación de los pastores en su tiempo libre. Según cuenta Bonifacio Alvárez Rodríguez en su libro “Memorias de un zagal trashumante”, las “aguanieves”, unas aves de paso muy numerosas en los inviernos extremeños, eran objetivo importante de los pastores. Entre el equipo que bajaban a Extremadura no faltaban un carrete de “tanza”, hilo de nylon, y varios anzuelos. Una vez montado el señuelo, con el hilo de nylon, el anzuelo y la “moruca”, lombriz de tierra, se fijaba a una estaquilla. Ahora solo quedaba esperar a que aparecieran las aves, “picaran” y se tragaran la lombriz. El anzuelo quedaría enganchado a su garganta causando la muerte del pájaro. Las aves serían más tarde vendidas a los borregueros y el producto de la “pesca” sería repartido a partes iguales entre los pastores participantes en el negocio. Extraña manera de aumentar sus ingresos, algo que en el mundo en que vivimos no tiene mucho sentido. Pero si recordamos el hambre que pasó Teyo por esos mundos de Dios, el asunto de las “aguanieves” se vuelve mucho más entendible.

La primavera era muy descansada: las ovejas habían parido, los corderos ya son grandes, el pasto es abundante… La vida en la dehesa se vuelve tranquila y apacible. Así se llegaba al esquilo. Duraba solo una semana pero de nuevo había que apretar el cinto. Y eso que la labor de esquilar las ovejas no la hacían los pastores. Quedaba a cargo de varias cuadrillas especializadas que recorrían los diferentes rebaños haciendo este trabajo. Al principio hacían el trabajo a tijera. Luego ya compraron máquinas especiales. El trabajo de los pastores consistía en “leer” las ovejas, llevarlas al puesto de esquilo, guardar las que tienen por la finca, preparar comida para los esquiladores, atar las ovejas y recoger la lana que luego compraban los borregueros. Terminada la época del esquilo, la vida se volvía de nuevo relativamente placentera en las dehesas.

La dieta del pastor en la dehesa era muy poco variada y la base de su alimentación era el pan. Sus platos, casi únicos, eran las sopas de ajo y las migas canas. En ambos alimentos el ingrediente principal es el pan. Las sopas de ajo se comían siempre por la noche y las migas por la mañana. Ambos platos eran cocinados por el zagal. Se ocupaba, además de cuidar de su hatajo, de acarrear el agua y de hacer la lumbre, además de fregar la hortera y el caldero. El acarreo de la leña era cosa de todos los pastores. Para siete pastores se “migaban” dos molletes de kilo para las sopas y tres para las migas. A mediodía, cuando iban con su hatajo, cada uno llevaba lo que quería: chorizo, jamón, queso… Los zagales hacían la comida todos los días, excepto los días señalados cuando había “frite”, guiso de cordero tierno. Esta labor correspondía al compañero. Si este no está o está enfermo, la labor pasa a los hatajeros. Los zagales quedan siempre libres de cocinar el frite porque no saben. En todo caso, Vitoriano confesa que el nunca pasó hambre, como le ocurrió a Teyo. Hay que tener en cuenta que Vito comenzó en los años 50, mientras que Teyo bajó la primera vez en el año 1937 y su labor profesional coincidió con algunos de los peores años de la posguerra.

Pasada la primavera, el pasto comienza a escasear, la dehesa comienza a secarse y el calor ya se hace notar: es el momento de la partida hacia los pastos del Norte. El mayoral, que conoce con exactitud las reses a transportar, solicitará a la empresa ferroviaria la expedición que saldrá de Puertollano y llegará hasta Palencia. Justo al revés de cómo sucedió en el otoño. Conocida la fecha de la partida, comienza a desmontarse la vida en la dehesa para poner rumbo a los pastos de verano, como se hiciera en otoño en las majadas de la montaña. El mismo día de la partida, y no antes, se colocarán los cencerros a los mansos, las carrancas a los mastines y, con los carneros separados, para que no se apareen, comenzarán las dos o tres jornadas de acercamiento a la estación de Puertollano para embarcar el ganado.

Los primeros amos de Vitoriano eran de Segovia. Se les conocía como los “matasanes” y eran de un pueblo que se llamaba Prádena. En general, Vitoriano no tiene queja de ellos y, según cuenta, no pasó hambre. Luego estuvo con los Barriales, de Lario, estando de administrador Dimas, ya fallecido. Los Barreales era el apodo. Fernando era de Isoba y su señora era de Remolina y venía de familia de rabadanes. Más tarde se ajustó con los Toribios, de Prioro, una de las empresas más fuertes, pero cuidaban muy mal del ganado. Así que volvió con los Barriales que cuidaban mejor el ganado. Pero eran casi “legionarios” y el que no cogía el cuchillo cogía el mosquetón. Así que el bueno de Vito se ajustó con un rebaño de Tejerina, más tranquilo, que era de un Teniente Coronel, D. Faustino Fernández, Jefe del Parque Móvil de Palencia, lo que abría muchas puertas cuando los guardas preguntaban por el dueño del rebaño, sin otro fin que cobrar la contenta. Luego se ajustó con los Plaza, con otros amos de Segovia, que le trataron como nadie, con la cabaña de Perales…El historial de Vitoriano como pastor es muy amplio. Estuvo con muchos amos, compartió dehesa y majada con muchos pastores y está muy satisfecho y orgulloso de haber dedicado los mejores años de su vida al mundo pastoril. Dejó muchos amigos con los que hoy aún mantiene excelentes relaciones y con los que se ve de vez en cuando.

La primera vez que bajó a Extremadura tenía una sola cabra y una oveja. Se retiró después de 29 años de profesión con 100 ovejas, 10 ó 12 cabras, dos burros y dos perros careas.

Cuando en nuestras excursiones por el monte oigamos el sonido de un cencerro que nos recuerde siempre quienes somos y de donde venimos...