Enrique Martínez
El ajuste de los puertos para pasar el verano, igual que la contrata de los pastores, era cosa del mayoral de la cabaña. Después de la paridera, en el mes de enero, cuando el trabajo en la dehesa aflojaba, regresaba unos días a la montaña y aprovechaba para reunirse con las Juntas Vecinales y cerrar los tratos, que se hacían por escrito. Además del precio en metálico solían incluirse algunas machorras, que eran luego aprovechadas en algunos pueblos, como Liegos o Acebedo, para hacer fiestas gastronómicas veraniegas, tradición que se ha prolongado en el tiempo y aún se mantiene en nuestros días, si bien las machorras se abonan a escote pericote. En Portilla se repartía una machorra para cada vecino. Portilla de la Reina era el pueblo que más puertos arrendaba de toda la comarca, ya que posee dos inmensos valles: Lechada y Luriana. La víspera de la fiesta -16 de Agosto, día de San Roque-, se bajaban de las diferentes majadas las machorras al pueblo y cada vecino iba escogiendo por orden de antigüedad en la vecindad. Eso sí, primero elegían las autoridades, el cura y el alcalde. Así en el año 1935 se repartieron en Portilla de la Reina 65 machorras. El motril era el único autorizado a entrar en el corral a coger las ovejas, según las indicaciones que le daban los vecinos, que no podían ni tocar las ovejas. Si alguno las palpaba tenía que quedarse con ella. |
Los arriendos se mantenían fijos, siempre y cuando que los mayorales y las Juntas Vecinales se entendieran. Era muy beneficioso para el ganado que los rebaños pastaran siempre en los mismos puertos. Así la cabaña de Perales pastoreó en los 14 puertos de Portilla de la Reina durante 60 años seguidos, hasta 1948 que se rompió el acuerdo. Por el invierno lo harían en las dehesas de su propiedad a orillas del río Guadiana, cerca de Villanueva de la Serena.
Una vez el ganado había llegado al puerto, el rebaño se dividía en hatajos. El más grande, unas 800 cabezas, va a los puertos más grandes y lo guardan el rabadán y el zagal, por una parte, y el ayudador y el sobrao, por otra, en turnos de una semana. El resto del rebaño, el retazo , unas 500 cabezas, se guarda a turnos entre el compañero y la persona. Además se contrataba por los veranos los servicios de un motril, de 10 a 12 años, que no descansaba, y cuya principal función era bajar a las roperías a buscar los víveres, acompañar al pastor en la majada y cuidar de las caballerías. Las roperías eran una especie de comercios donde suministraban los víveres a los pastores. Más tarde, según me cuenta Vitoriano, apoyándose en el motril, se hacían relevos entre tres. Así pasaban una semana en la majada y dos en casa. Eso ya era otra cosa.
Sin embargo, cuando una calurosa mañana de Agosto del año 1992, acudimos a visitar a uno de los últimos rebaños trashumantes en la majada de la Pared , en Maraña, el pastor, Ángel Freitas, el Angelillo, permanecía sólo y sin relevo durante todo el verano. Eran los últimos coletazos de una actividad enormemente próspera que estaba tocando a su fin. Así que cuando nos encontramos con el pastor debajo de Peña Goguera, que defiende a Maraña de los fríos vientos del Norte, y le dijimos que pasaríamos todo el día juntos, no cabía en sí de alegría. Después de hacerse con víveres, molletes de pan sobre todo, y algunas latas de conserva en casa de José Eugenio, emprendimos viaje hacia la majada de La Pared , en las estribaciones del gran macizo de Mampodre, terreno perteneciente al Ayuntamiento de Maraña. Teníamos todo el día por delante e íbamos bien pertrechados de víveres y cámaras fotográficas. La ocasión bien lo merecía: compartiríamos vivencias con un pastor de los de verdad. Un verdadero y auténtico pastor trashumante y en su propio medio.
- ¿No ves una caseta que está allá arriba sola?
- Si
- Pues aquella no es. Es otra que está escondida aquí detrás de esta peña. Allí está. Desde el pueblo, llegando de día se ve la caseta…
El Angelillo se afana en darnos todo tipo de explicaciones mientras ascendemos por un incómodo y pedregoso camino. Ya es media mañana y el sol de agosto aprieta de lo lindo. Pero el pastor toledano aún no lo siente y continúa la ascensión cubierto con su vieja chaqueta de lana verde. Asciende despacio, sin prisa. De vez en cuando se detiene sudoroso para descansar y señala un punto donde le ocurrió alguna anécdota. Va tocado con una gorra blanca grabada con el nombre de una conocida marca de pienso para el ganado. Sobre su espalda, y a falta del morral que se ha dejado en la majada, cuelgan tres bolsas de plástico con los víveres que hábilmente engancha con la punta del cayado, y que, a su vez, apoya sobre su hombro izquierdo. Angelillo es un hombre fuerte y su rostro se presenta a estas alturas del verano, curtido y atezado por los soles y los aires de la majada.
- ¿ Y nunca te salieron los lobos?
Mentar los lobos a un pastor es como mentar al “mismísimo” diablo. Pastor y oveja mantienen un odio visceral contra el salvaje cánido. El lobo es el enemigo número uno del pastor que debe estar atento siempre a la llegada del depredador. Si el lobo consigue entrar en el redil, en la red, como ellos dicen, puede provocar una auténtica carnicería y causar daños incalculables en el rebaño. En la defensa del mismo juegan un papel fundamental los mastines, perros de gran corpulencia, de pura raza leonesa, y muy avezados en la defensa del rebaño. Los perros mastines son animales de un gran instinto natural para este menester, y que reciben, además, un entrenamiento especial desde cachorros. Los mastines, 3 ó 4 por rebaño, siempre con los hierros, las carrancas, bien colocadas en su cuello, se acuestan alrededor del corral y el más veterano se sube a un promontorio de cara al viento para poder ventear al “enemigo”. Pero el lobo, astuto animal, también sabe de estrategias y siempre actúa de la misma forma: uno de ellos hace acto de presencia para que los mastines salgan detrás de él, mientras el resto de la manada atacan el corral. Si el pastor no está presente puede ser la hecatombe. Los lobos no comen las ovejas, las muerden en el cuello hasta que mueren. Es su instinto asesino.
Así le ocurrió al Angelillo en Octubre de 1991. Por eso contesta raudo a la pregunta:
- Ni falta que me hace.
El sabe que aquella desgraciada noche no estaba en su puesto y se niega a hablar de la lobada. Después de insistir, y como está muy contento por nuestra visita, cede algo en su negativa.
- Aquí no me salieron, no, pero me salieron allí donde está aquella antena “pallá…”
Y con la punta de su cayado, señala hacia el repetidor de televisión que está colocado en la cumbre de los Picos de Mediodía, cuando pastoreaba el rebaño en la majada de Recacabiello, en Liegos:
- Cuarenta me mataron, unas nueve mías y el resto de la empresa, -dice lacónicamente.
- Pero estando tú allí en la choza…
- Hombre, yo las busqué…
Angelillo se ha puesto muy serio y se niega a seguir hablando de la lobada. Se da media vuelta y prosigue camino arriba sin decir palabra. Sabe que aquel día cometió el error más grave que puede cometer un pastor: abandonar la majada por la noche, dejando el ganado a merced del depredador. Cuando al día siguiente subía hacia la majada y vio volar los pájaros, -se refiere a los buitres-, desde La Peña la Cruz se temió lo peor. Sus presagios resultaron desgraciadamente ciertos. Cuando llegó a la majada encontró, desperdigados por el suelo, los zaleos de más de cuarenta ovejas. Fue, sin lugar a dudas, su mayor desgracia desde que se dedica al oficio de pastor.
Después de una hora de tranquilo caminar llegamos a la majada de La Pared , donde Angelillo pasa el verano. La caseta es de nueva construcción, hecha de bloques de hormigón. Nada que ver con los típicos chozos cónicos con cubierta de escoba. Sobre la puerta, escrito a gran tamaño, hay una cruz y una raya:
- ¿Y esto por qué lo pintaste?
- Esa cruz la pintaría uno que se nota que no quería volver más…
Desde la choza de La Pared la vista que se ofrece es espectacular: La Loma de Mampodre, la laguna, el Pico Bajarto, el Mediodía, el Forqueto…pero el rebaño no aparece por ningún lado.
- Ya lo verás por la tarde. Está pal Canalizo.
El interior de la caseta es muy austero, muy humilde. Al ver aquello parece como si el tiempo se hubiera detenido 50 años atrás. Hay una pequeña hornilla que da ambiente a esta modesta morada. Sobre la hornilla hay una pequeña trébede que hace las veces de armario. Allí están colocados, desde el clamoxil, que usa para las ovejas, hasta el “pizpierno” de tocino para hacer los torreznos, desde la pota para hacer el café hasta los molletes de pan que acaba de traer y que, además del pizpierno, el pimentón y la sal, parecen constituir toda la despensa del pastor. Allí no se ven más viandas. En la trébede caben casi todas las pertenencias del Angelillo. En los ahumados muros, hay colocadas, a modo de alacenas, unas tablas atadas toscamente con cuerdas y del techo cuelgan algunos “trastajos”, amén de unos calzoncillos del pastor. Abundantes manojos de té y alguno de orégano recrean un ambiente vegetal en las paredes del chozo. El camastro ocupa buena parte de la estancia cubierto con una manta de cuadros. Una linterna, colgada de una punta, una banqueta vieja y algo de leña para la lumbre forman el resto de los enseres del pastor:
- ¿Hacemos lumbre para ir haciendo el café?
- Como tú quieras, Angelillo. Estás en tu casa.
Ángel Freitas es de Toledo, de un pueblo que se llama Villanueva de Valderroya, cerca de Talavera de la Reina. Se fue a Ávila de pequeño, con diez años, cuando murió su padre y comenzó en el mundo de la trashumancia en época muy tardía, con 25 años. Por tanto, no pasó por las categorías inferiores de los pastores. Estuvo bajando con ganado trashumante durante 15 años desde los pastos de Ávila hasta las dehesas de Extremadura, donde más tarde conocería a su mujer. A la zona de Valdeburón empezó a venir cuando tenía ya 40 años:
- Primeramente vine con los Plazas a La Uña y estuve dos años. Luego ya me trasladaron a Liegos los mismos Plazas y allí estuve nueve veranos. Y así normalmente… De motril nada. Yo eso no lo conocí, lo he oído por aquí. Hablaban lo del zagal, el ayudante, el chaval que iba…pero na más, normalmente. Y así hemos andao. Luego ya nos vinimos aquí y ya llevo dos veranos aquí en La Pared con este conde…
- ¿Qué conde es ese?
- D. Miguel Granda Losada, conde de las Tierras de Doña Catalina (…), -contesta el Angelillo, engolando un poco la voz para dar cierta importancia al nombre que acaba de pronunciar.
La choza de La Pared está en pleno glaciar del Macizo de Mampodre, estratégicamente situada para salvarse de las avalanchas de nieve que, con toda seguridad, suceden aquí cada invierno, dada la altura a la que estamos y las pendientes que nos rodean. El redil, la red en el lenguaje de los pastores, está construido con barras de tetracero clavadas en el suelo, formando un rectángulo, y unidas por tres filas de alambre, está al lado de la cabaña, unos metros por encima. A simple vista, nos parece un recinto demasiado pequeño para acoger a 1.500 merinas.
- Entran solas. Vaya que si caben. Hombre, las últimas hay que empujarlas normalmente. Por la tarde lo verás…
Para el Angelillo todo es “normalmente”, muletilla que repite en cada frase que pronuncia. El Angelillo irradia una bondad que raya en la inocencia. Aparenta ser una de esas personas a quienes es imposible hacer daño. Sonríe todo el tiempo y no parece tener ni una pizca de malicia. Aquí en la montaña, diríamos que es un bendito.
Muy cerca de la choza visitamos una fuente de gélidas y cristalinas aguas donde Angelillo se lava por las mañanas y donde se abastece de todo el agua necesaria para el gasto. A pesar del día tremendamente caluroso, las aguas de la fuente resultan excesivamente frías.
Después de mil historias de ovejas y pastores, de cordeles y de majadas, llegamos a la hora de comer y Angelillo tiene su propio concepto del asunto:
- Hay que comer bien y no tener mucha servilleta prendida y luego quedarte sin comer, como se suele decir normalmente.
Ese día compartimos con el pastor nuestra tortilla, nuestro chorizo y nuestro vino y él nos ofrece unos torreznos a la sartén que están de muerte aquí arriba, aunque fuera, el sol castigue sin contemplaciones. Un auténtico café de puchero y algo de orujo hacen que Angelillo se arranque con alguna copla:
En Cabañas miserables, en Riofrío cisqueros En Mironcillo Cisneros, en Sotalbo matagalgos
Allí mataron a un perro, no le mataron de balde Que costó buenos dineros
Tuvieron que vender una vaca y cien carneros Por el maldito perro
En Niarra los charcuezos, en Salobral cabezudos En Muñopepe mostrencos, en La Serrada la calle
Y en La Colilla corcheros y Ávila tiene la fama De los nobles caballeros
Pero yo creo que tiene la fama De robarnos los dineros.
Y Angelillo se ríe ahora con muchas ganas: uno porque es un hombre sano, sincero, y otro porque el vino y el orujo que hemos subido hasta la majada van obrando silenciosamente sus efectos. Nos cuenta como transcurren los días aquí en la majada:
- Me levanto normalmente al ser de día, sobre las siete. Me hago un café y echo de comer a los perros. Me lavo, voy a por un poquito de agua ahí a esa fuente. Luego suelto el ganao y a dar el careo a las ovejas. Y así normalmente…
- ¿Qué desayunas?
- Pues lo que estás viendo, café sólo. Y tengo buenas cabras que dan buena leche pero se la echo a los perros.
- Porque es un pasota,-apunta Samuel.
- ¿Qué es un pasota? –le pregunta Asun.
- Pues uno que le da igual una gorra que un sombrero.
- Y de música qué te gusta…
- Yo, quitando lo de los rokeros, todo me gusta…
- ¿Y eso?
- Porque es muy pesao. Eso, -se queda pensando unos instantes, rascándose la cabeza-, eso, cómo te lo digo pa que me comprendas, eso es como de personas… como si fuera de un animal salvaje, degenerao, loco, pues así. Eso de los roqueros… No me eches más orujo que me voy a matar pol Prao Pacho arriba.
- Cuando me ajusté con los Plazas les pregunté si estaba cerca el mar. Pues a unos 40 km . , me dijeron. Total que me ajusté y vine pa La Uña , ahí en Carcedo. Luego me fui de vacaciones y cuando vine todavía me quedaban cuatro días. Así que le dije a Herminio, uno de Prioro, que estaba allí cuidando las ovejas: Herminio cuida las ovejas que me voy a Gijón dos ó tres días a la playa. Fui pa La Uña y le dije a Baltasar: Baltasar que me voy a la playa, tu estás loco, no, no, yo estoy en mi sano juicio…Irás a buscar novia… No, no, ni mucho menos. Voy a ver el mar que no lo he visto en mi vida.
En uno de los camiones que entonces transportaban carbón entre Gijón y Sabero, viajó el Angelillo, después de “haber hecho dedo”, para pasar el Puerto de Tarna y conocer el mar. Quizá Víctor Manuel se inspiró en el Angelillo para componer su famosa canción. Luego de varios cambios de vehículo llegó por fin a Oviedo. Allí, muy prudente, estuvo observando como unos hombres entraban en un autobús que ponía Gijón y, ni corto ni perezoso, se subió sin más preguntas, detrás de aquellos hombres. Estaba el Angelillo entusiasmado viendo el verdor de los prados asturianos y pensando lo bien que pastarían allí sus ovejas, cuando se acabó el viaje. Estaba muy sorprendido porque nadie le había preguntado nada ni le habían solicitado dinero alguno por el billete. Los hombres ya se habían marchado.
Así que se dirigió al conductor:
- Pero oye cobrador, es que este autocar es gratuitamente o qué…
El conductor no salía de su asombro:
- Pero es que yo creía que usted era un minero…
- Si hombre sí, esa pinta tengo yo, de minero. Ni hablar hombre. Que va…
Angelillo había viajado en el autobús que transportaba los mineros desde Oviedo a la mina de La Camocha , en Gijón. Total que le pagó lo que le pidió, veinte duros, y tan amigos.
- Pero me quedé con mi conciencia más tranquila y mi alma, que nada. ¿Y a dónde voy yo, que no conozco nada de Gijón?
- Siga usted esa calle amplia, “resta”, que le llevará hasta el muro. Pero no pase “pallá” que se cae al charco, - le contestó el cobrador.
Al Angelillo el mar le pareció muy bonito pero muy triste a la vez (…).
- Era como una nube de mosquitos volando…
Visitó la iglesia de San Pedro, como buen católico, vio el polvorín, situado en el cerro de Santa Catalina y luego, cuando bajaba de nuevo hacia la playa, sintió como una sala de fiestas. Pero la puerta estaba cerrada y llamó. Salió un portero vestido muy elegante:
Iglesia de S. Pedro y Club de Regatas. Gijón
- No, porque esto es privao… Aquí hay que traer el carné… que si hay que traer una tarjeta… que no sé qué… Total que con pitos y granitos, no me dejó pasar. Así que le dije: no, no, tranquilo, no se preocupe usted por mi. Si no se puede, no se puede.
Entre el Cerro de Santa Catalina y la iglesia de San Pedro, en Gijón, se encuentra el Real Club Astur de Regatas, club elitista donde los haya y lugar donde, sin duda, el pobre Angelillo fue a llamar. A pesar de todo, guarda un buen recuerdo del portero del Club que se portó educadamente con él y le indicó la dirección de un tablao flamenco:
- Allí había una morena, con una mata pelo, como bailaba, como cantaba el cante jondo, macho, que era lo que a mi me gustaba. Y hasta las cinco la mañana. Al día siguiente en el tren hasta León y a cuidar las ovejas a la majada.
El tiempo ha ido pasando, entre historias y orujo, y tenemos que salir en busca del rebaño.
Angelillo lleva una botella de KAS de dos litros, atada con una cuerda, que cuelga en bandolera y le sirve de cantimplora. Poco a poco, acompañados por los ladridos de los careas, vamos ascendiendo hasta subir al Prao Pacho. Desde arriba, la vista que se ofrece es magnifica con el hermoso pueblo de Maraña a nuestros pies. Ya sentimos lejanos los sonidos del rebaño que pastorea mansamente en terrenos del Canalizo. Observamos el ganado desde lo alto, unas mil quinientas cabezas, y a mi mente acuden de nuevo aquellos recuerdos de infancia. Los perros mastines rodean estratégicamente el ganado. Conocen bien su trabajo.
La hora de despedirnos ha llegado. El Angelillo, a modo de despedida, y emulando a Víctor Manuel, mira fijamente a la cámara:
- Esta es la historia de un pastor de Extremadura que bajó del Puerto Tarna a Gijón, a ver el mar…
Y descendemos por el Canalizo camino de La Fuentona , donde refrescamos de nuevo y llenamos por última vez nuestras cantimploras. El Angelillo quedó allí arriba agitando el brazo y muy agradecido por el día que hemos pasado juntos y que le ha sacado de su rutina pastoril.
En Octubre pondrá en marcha su rebaño rumbo a Extremadura, a Zurita, a veinte kilómetros de Villanueva la Serena , donde pasa el invierno con su familia. Justo al revés que los serranos, los pastores de nuestra montaña. Tal vez ésta haya sido la última vez que un rebaño trashumante haya ocupado la majada de la Pared de Maraña y Ángel Freitas, el Angelillo, tuvo el honor de ser el último pastor trashumante que acompañó a ese rebaño…Contaba entonces 53 años de edad.
PUBLICADO EN LA REVISTA COMARCAL DE RIAÑO NUMERO 28, DE OCTUBRE DE 2008