CAPITULO II

Las conversaciones de los pastores con mi padre, los temibles ladridos roncos de los mastines, con sus carrancas puntiagudas, el suave tintineo de los cencerros en la noche, producido por los rumiantes al mover sus mandíbulas, el balido de los corderos, en definitiva, los sonidos del rebaño, imprimían un carácter especial al ambiente. Esa noche era difícil conciliar el sueño. Los pastores pernoctaban en la cocina, que estaba justo debajo de mi dormitorio y las tertulias con mi padre se prolongaban hasta altas horas. Mi padre aprovechaba el paso de los rebaños para hacerse con alguna machorra, para llenar la despensa. Bocas no faltaban.

A la mañana siguiente, el rebaño partiría al amanecer para las ya cercanas majadas de la Cordillera Cantábrica , después de haber recorrido muchos kilómetros a pié. Poner en marcha un rebaño de mil quinientas ovejas requiere mucha práctica, mucha experiencia acumulada en el trato con ganado. Así, cada uno de los cinco ó seis pastores que acompañaban al rebaño, tenía su función específica.

El motril , un niño de apenas diez o doce años, servía de recadero y ayudaba al zagal. Cuidaba el rebaño solo durante el verano y no bajaba a las dehesas extremeñas.

El zagal era el esclavo de todos, dice Teyo: iba a buscar agua, hacia la lumbre en el chozo, preparaba las sopas y las migas y, además, debía de cuidar del hatajo que le correspondía. En los viajes a extremos, viajaba detrás del rebaño.

El ayudador tenía diferentes funciones: en la puesta en marcha del rebaño, cuando lo ordenaba el rabadán, recogía a los mansos, -enormes carneros con unas tiras de cuero negras cruzadas sobre su testuz con el fin de sujetar bien el cencerro y que éste no molestara al animal mientras caminaba-, y sin más ayuda que un trozo de pan, les conducía a la cabecera del rebaño, donde esperaba el compañero. Daba de comer a los perros, pan, harina de cebada y chicharro (carne y huesos molidos). Ayudaba al persona. Durante la marcha, viajaba en un lado del rebaño. En la majada cuidaba del ganado y en la dehesa se encargada de un hatajo.

El sobrao tenía unas funciones parecidas al ayudador. Como su nombre indica era el que sobraba, es decir, debía estar siempre dispuesto para realizar cualquier labor. Abajo en las dehesas tenía funciones específicas, sobre todo en la paridera, haciéndose cargo de un hatajo, según me cuenta Vitoriano. Esta figura desapareció durante los últimos años de la trashumancia.

El compañero era el encargado de poner en marcha el rebaño. Sabía donde había que parar, conocía la ruta como la palma de su mano y también los mejores pastos. Viajaba delante del rebaño conduciendo el ganado. Un rebaño no se transporta arreando, sino sujetando. Así lo explica Bonifacio: “Valeriano, por su empleo y categoría (compañero), fue el primero en ponerse en marcha. Se situó en el extremo Sur del rebaño. Dio un silbido potente y los mansos salieron presurosos hacia él, originando un gran estruendo con sus enormes cencerros colgados al cuello. Uno tras otro fueron saboreando el trozo de pan que el pastor ponía en su boca. Al instante, todo el conjunto, cabras, ovejas, burros, caballos y perros se pusieron en movimiento…”

Es el compañero, además, el cocinero más distinguido del grupo de pastores. El es quien cocina la chanfaina y el “frite”, caldereta de cordero, en los días más señalados, como el día de Nochebuena, según me cuenta Vitoriano. Ese día el zagal “solo” tenía que fregar los calderos, además de encender la lumbre, acarrear el agua y cuidar el hatajo.La persona, -curioso nombre para un oficio- se ocupaba de las caballerías. Era el yegüero. Cuando llegaban a un destino, debía descargar las caballerías, que podían ser treinta o cuarenta, aunque no todas transportaban carga y buscar, ya de noche, un buen lugar para que pastaran,- esta operación se conocía con el nombre de “dar el matute”,- velarlas y, al ser de día, cargar de nuevo para ponerse en camino. Las yeguas y los burros transportaban, además de los víveres, todo lo necesario para la vida en las majadas.

El rabadán era el jefe del rebaño y tenía a su cargo a todos los demás pastores. Tomaba todas las decisiones: desde el careo del ganado cada jornada, hasta la venta de una oveja durante la ruta. El rabadán, si viajaba, lo hacía detrás del rebaño.

Mirando a Teyo uno piensa en la gran soledad de estos seres humanos, abandonados a su suerte allá en las majadas.

- Después estuve de criao pues… unos treinta y tantos años, de criao, y después ya nos echemos por nuestra cuenta un rebaño. Con el ganao nuestro estuvimos diez años. Llevábamos un rebaño de mil y pico ovejas, y vacas, y cabras, y bajemos ande nadie bajó. ¿Usted conoce algo la provincia Badajoz? A Llerena bajemos, cerca la raya Huelva. Estábamos en la sierra…

Y, de repente, se levanta de su silla y, con la vista perdida, como si estuviera viendo la zona de la que habla, dice señalando a la trébede:

- Estaba allí una sierra, y aquí, -señalando a sus pies,-estaba Llerena, y allí a cinco kilómetros ya estaba Huelva.

Pero ese “allí” es el escaño de enfrente, donde se halla sentado un conocido suyo de Argovejo que ese día ha ido a visitar a Teyo para cerrar algún trato de yeguas. Un muchacho de unos diez años, hijo del ganadero de Argovejo, contempla la escena sonriendo divertido pero con gran respeto.

-  Embarcábamos en Palencia y desembarcábamos en Campanario y andando siete días hasta allí. Los demás se quedaban aquí por Cáceres…

Teyo se da cuenta de que a duras penas puedo tomar nota de todo lo que dice:

-  Ah, igual lo digo demasiao aprisa… Pues si hombre si. Así fue nuestra vida, que no se ni como tiene uno ni huesos. ¡Cuántas calamidades pasemos!

Después de un rato de conversación con Teyo, uno se da cuenta de que tiene un agudo sentido del humor. Se diría que es muy “largo”, como decimos en la montaña. Hablando de las categorías de pastores, de las calamidades que pasaban los zagales, que eran unos chavales de 13 ó 14 años y que se cansaban, que extraño es, y había que subirlos a las caballerías para continuar el viaje:

-  Como Victorino, que se cansaba to los años, - y se ríe pícaramente mirando a su hermana, que, a buen seguro, conoce a Victorino, esbozando una sonrisa cómplice-. Luego estalló la guerra, ay amigo, los rojos nos robaban todo, las mantas, todo. A mí me quitaron hasta el reloj. Te quitaban hasta la ropa, todo, bueno a mi no me la quitaron nunca porque dormía vestido que si no…

-  Porque llevarías el revolver, -apunta el de Argovejo.

- Si, leches, eso era lo que llevaba, -contesta Teyo, muy ofendido con el pillaje de los rojos.

Intenta contarme la historia del manco de Agudo, que vivió allá en la Sierra de Alcudia, pero le interrumpe su hermana con autoridad:

- Tu contesta a lo que te pregunten y deja de hablar de eso ahora (…).

Los movimientos realizados con el ganado trashumante obedecen a la dificultad de alimentar los animales sobre los mismos pastos durante todo el año. Así se aprovechaban pastos más lejanos que estarían, de otra manera, inactivos o infrautilizados. La práctica del traslado en época estacional de animales ha sido general en la España peninsular. Dicho esto, y ante la frecuencia de los traslados, pronto surgiría la necesidad de organizar caminos de exclusivo uso pecuario, como ya queda dicho.

La prohibición de que estos caminos fuesen arados, hacia posible que los animales se pudiesen alimentar durante el traslado. Y así surgieron las vías pecuarias, caminos exclusivos para el desplazamiento del ganado trashumante: cañadas, cordeles, veredas, galianas, cuyas medidas en varas, domina Teyo a la perfección. La equivalencia en metros está recogida en el artículo 9º del Reglamento de Vías Pecuarias de 1944: Cañadas: 75 metros y 22 cm., cordeles: 37 m . y 61 cm ., veredas:20 m. y 89 cm . y coladas, de menor anchura.

El factor que determina los movimientos de ganado trashumante es, sin lugar a dudas, el clima. Así, mientras en el sur la época seca va de mayo a octubre, en la Cordillera Cantábrica existe un periodo húmedo que abarca casi todo el año. Sin embargo, en el norte, desde noviembre a mayo, son frecuentes las heladas, fenómeno descartado en el sur. Por tanto, se puede decir que este comportamiento del clima influye de una manera definitiva en la disposición de los pastos: mientras que en el sur el crecimiento de la hierba se detiene en verano, en el norte lo hace en invierno, debido a las heladas y nevadas. Es el viaje a extremos. Así lo explicaba, ya en el año 1795, Melchor Gaspar de Jovellanos: “Es tan constante que los altos puertos de León y Asturias, cubiertos de nieve por el invierno, no podrán sustentar los ganados, que en número tan prodigioso aprovechan sus frescas y jugosas hierbas veraniegas, como que las pingües dehesas extremeñas, esterilizadas por el sol del estío, tampoco podrán sustentar en aquella estación los inmensos rebaños que las pacen en invierno. Oblíguese a una de estas cabañas a permanecer todo un verano en Extremadura, o todo un invierno en Babia, y perecerá sin remedio".

Teyo está algo receloso. Ha contado ya muchas cosas y quiere saber con quien se está “jugando los cuartos”:

-  Mi abuelo se llamaba Santiago Martínez, vivía en Pedrosa pero él era de aquí, de Prioro, y se casó en la Vega Almanza con Nicanora Díez, que era mi abuela…

-  Si hombre, si…Santiago, como no lo voy a conocer, y a tu abuela también. Santiago estaba tan sordo como yo. Y a toda la familia. Por aquí venía mucho uno de Santiago que se llamaba Ricardo. Pero hace años que ya no viene ¿Ya moriría?

-  Ricardo era mi padre…y murió en el año 92…

-  ¿Ricardo era tu padre? Coño, si hombre, si, yo le conocía mucho. Cómo no voy a conocer a Ricardo. Así que era tu padre…por aquí venía mucho.

Y me cuenta la historia al completo de toda mi familia paterna demostrando tener una memoria prodigiosa, aportando algunos datos verídicos y otros que, verídicos serán pero que yo ni siquiera conocía. A partir de ahora, e identificado “el enemigo”, la conversación transcurre por derroteros más amistosos si cabe.

-  Pues si, hombre si. Una vida muy esclava, que entonces era así. Aquí en Prioro llegamos a bajar 110 pastores a Extremadura y hoy no baja nadie. Ciento diez, eh, que se dice bien…

-  Y cuando comías las limpias de las ovejas…-dice el de Argovejo.

El apunte me coge por sorpresa y me deja helado. Por un instante, pienso que será una broma entre amigos que tienen confianza y que esa afirmación no puede ser otra cosa que una broma entre ellos. Pero el viejo pastor, duro de oído, pero rápido de reflejos, contesta raudo:

-  Ah sí, sí, si, en el año 41, asadas y que buenas estaban. ¡Qué hambre…! Cuando parían las ovejas, asábamos las limpias y las comíamos, que buenas sabían,¡que hambre…! Nos daban pan de cebada y avena. Y partido, no podías comer lo que querías. De aquella estropeé yo el estomago, que me quitaron doce kilos y medio de estómago… Es que no había…-dice bajando la voz-. Lo que había era un hambre de la leche. Eso es lo que había… ¡Pues no pasemos hambre!. Además el amo que teníamos, que era de Tejerina, era muy miserable. Eso sí. La verdad es que el amo era muy miserable…Uno que, gracias a Dios, y a mis padres, no ha pasado hambre en su vida, no concibe que cuidando mil y pico ovejas no se pudiera echar mano de esa generosa despensa en los momentos más duros de la posguerra:

- Que va, hombre, que va, ni se te ocurriera. Las que se morían. Así que, deseando siempre que se muriera alguna. Hasta las tripas comíamos. Así que aquel año, cuando vine pa casa, le dije a mi padre: no vuelvo más. Pero ¡que remedio me quedó…! Un año que se murieron muchos corderos, pues había muchas ovejas pa mamar. Y claro, sobraba mucha leche. Yo untaba las ubres de las ovejas con abono y, claro, no mamaban. Por la noche, mamaba yo a las ovejas. Me puse gordo aquel año…hasta que un día me vio el rabadán y me dijo: “Oye Teyo, la leche pa los corderos”, y se acabó.

La miseria y el hambre no solo existían en Extremadura. Aquí mismo, en nuestra montaña, también la necesidad acuciaba.

-  Estando en Burín, ahí encima Riaño, también nos robaban. Teníamos que esconder los molletes entre las peñas. Estuve en Burín cinco veranos, desde los 16 años hasta los 20, que fui al servicio.

Estando en Burín conoció a Santosierra, un represaliado de la guerra civil que se escondía en el monte de Tendeña y que, al final, fue apresado por la Guardia Civil y fusilado. El modo como Teyo narra la historia de Santosierra, es una verdadera delicia. Con su prodigiosa memoria aporta detalles que ponen los pelos de punta. Por el día se escondía en la cuadra en un hueco cavado en el suelo y tapado con abono. Por las noches salía y hacía labores propias de la casa. Hasta que fue detenido y fusilado.

Teyo hizo la mili en Oviedo, en el año 1.945. También pasó muchas calamidades y mucha hambre. “Murieron de hambre varios soldaos”, - dice.

Teyo pastoreó ganado trashumante en casi todos los puertos del valle de Valdeburón y cuando tuvo rebaño propio estuvo cinco años en Espigüete. El puerto quedó tres años sin arrendar porque andaba mucho el oso. Entonces Teyo se dijo:

-  Pues ese es el nuestro. De los osos yo me encargaré.

Le comento que con la vida tan agitada que llevó no tendría tiempo de echarse novia.

-  Si hombre, sí. Yo estuve casao 7 años. Me casé con una mujer de Acebedo, Piedad Álvarez, que todavía vive. La mención de su boda con Piedad parece producir en Teyo una sonrisa especial. Si bien habla de ese episodio de su vida de una manera desenfadada, uno se vuelve a quedar perplejo: si ella vive y él también…Pero Teyo ya me ha demostrado que es un “muy largo” y, una vez más, se adelanta a mis pensamientos:

-  Pues que me echó de casa, -Teyo se ríe ahora con muchas ganas-. Si hombre, si, me echó de casa…- dice entre risas.

Este último comentario parece que no ha gustado mucho a su hermana, que está muy atenta a la conversación:

-  Anda, calla hombre, que te va a echar nadie de casa. Te marchaste tú , - dice visiblemente enfadada.

- Bueno si, marché yo. ¿Usted conoce a Piedad? Pues si la ve, la da recuerdos.

 

Evidentemente, no es lo mismo, que va a ser lo mismo, marchar a que te echen. Y la hermana de Teyo, muy pendiente de la conversación todo el tiempo, lo tiene muy claro. En cualquier caso, “con la iglesia hemos topado, amigo Teyo”. Así que en este punto decidimos dar por terminada esta muy agradable visita a casa de Teyo. El anciano pastor nos acompaña hasta la puerta de su casa y nos despide muy amablemente, quedando de vernos alguna otra vez.

DOCUMENTO PUBLICADO EN EL NUMERO 27 DE LA REVISTA COMARCAL.