CAPITULO I

Después de haber leído algunos libros sobre trashumancia, de haber mantenido amenas conversaciones con pastores, de haber pasado alguna jornada en la majada acompañando al pastor, he obtenido una conclusión sobre todas: hay muchos valores del mundo pastoril que se están perdiendo y que podrían ser perfectamente válidos para nuestro mundo de hoy. Valores como abnegación, sacrificio, respeto, profesionalidad o austeridad son palabras que en el mundo del siglo XXI, desgraciadamente, ya no   dicen mucho pero que en el mundo pastoril constituían los pilares sobre los que se asentaba su actividad: todos los pastores contaban con estas virtudes, en mayor o menor medida, además de otra que puede resumir toda su profesión: la honradez.

-  Coges un billete de 500 Pts ., lo cuelgas en una encina y allí se pudre, - cuenta Ángel Rodríguez Fernández en “Memorias de un zagal trashumante”. El mundo de los pastores es enormemente amplio, complejo y con muchos y variados matices. El transporte de ganado de unos lugares a otros para aprovechar el pasto, es algo tan antiguo como el mundo. En España, ya en el siglo XIII, con la creación del Honrado Concejo de la Mesta (1273), se da un espaldarazo definitivo a diferentes movimientos sociales que vivían a costa del ganado trashumante.   La raza merina es seleccionada en el siglo XV como productora de la mejor lana del mundo, hegemonía que se mantuvo durante cuatro siglos. Ello llevó a proteger sobremanera   el ganado trashumante que alcanzó así enormes derechos.

Pero el Honrado Concejo se suprimió en 1836 dando lugr a la Asociación de Ganaderos del Reino y es a partir de este momento cuando el pastoreo migratorio comienza su decadencia. Si a ello unimos la quiebra de muchas empresas merineras y la usurpación de la vías pecuarias   para   otros usos,   ya tenemos algunos datos de por qué una empresa tan próspera y que proporcionó tan grandes dosis de riqueza a nuestra montaña,   llegó   a su fin. También contribuyó, aunque en menor medida, el cambio generacional. Las nuevas generaciones ya no poseían aquellos valores, citados más arriba,   imprescindibles para el mundo trashumante.

En la comarca de Riaño, la desaparición del ganado trashumante se debe a las mismas causas que aceleraron su final en otros lugares: los cambios económicos y sociales, la caída del precio de la lana, la reivindicación de mejores salarios por parte de los pastores hicieron que la explotación del ganado merino trashumante llegara a su fin. Solo algún rebaño descendiente de la cabaña de Perales y algún otro, propiedad de D. Miguel Granda Losada, consiguieron llegar   a los años 90.

Mucho se ha escrito del mundo y de la vida de los pastores. Hay grandes especialistas que han dedicado parte de su vida profesional a este oficio. Desde mi humilde punto de vista, por su claridad, buena prosa, por la información que proporciona, basada en los grandes conocimientos que posee, así como excelentes fotografías, destacaría a Manuel Rodríguez Pascual , Ingeniero Técnico Agrícola y Doctor en Veterinaria por la Universidad de León. Su libro “La trashumancia, cultura, cañadas y viajes”, es un verdadero manual sobre el mundo de los pastores y la más recomendable fuente para todos aquellos que quieran iniciarse en el mundo de los pastores de merinas.

En todo caso, sorprende que un pastor, hijo y nieto de pastores, posea una notable aptitud para plasmar sus vivencias con buena claridad expositiva, aceptable capacidad de síntesis y una prodigiosa memoria, cualidad ésta muy común a todos los pastores con los que he hablado. Me estoy refiriendo a Jesús Fernández Rodríguez, cuyo   libro “Diario de un

Redil en la majada de Valdelampo. Lois

pastor trashumante” devoré en un par de horas adquiriendo conocimientos de la vida pastoril a “pié de obra”. Gracias a la sencilla narrativa de Jesús, acciones como “dar el matute”, “la dormida” o “las cogidas”, quedan perfectamente claras. Me llama la atención la dedicatoria que hay escrita en el ejemplar que ha caído en mis manos, donde, con una letra grande y clara, que para sí quisieran muchos universitarios de hoy en día, dice: “A mi amigo Vitoriano: con mucho gusto te lo dedica el autor” y la firma de Jesús Fernández. Todo un detalle.

No menos interesante me ha parecido el libro “Memorias de un   zagal trashumante”, escrito por Ángel Rodríguez Fernández. El libro está escrito en verso y es una verdadera delicia. Siguiendo con libros escritos por los propios pastores, me asombró el que escribió Bonifacio Álvarez Rodríguez “Memorias de un zagal”. Bonifacio, natural de Remolina, hizo su primer viaje a Extremadura con 12 años en 1930 y cuando, a la llegada a la finca “ La Sevillana ”, una señora le preguntó por el viaje, Bofo, como así le llamaban,   respondió: “De todo ha habido, señora”. Muchos más libros escritos por pastores habrá que no conozco. Pero en aquellos que he leído se ponen de manifiesto claramente aquellos valores nombrados más arriba y que constituyen uno de los pilares fundamentales en que se asentaba el mundo de la trashumancia.

El hecho de que los pastores de nuestra montaña escriban libros   no es una casualidad. Y es que, ya en el siglo XIX, los habitantes de la montaña leonesa oriental de la comarca de Riaño, de donde salieron la mayor parte de los pastores trashumantes en el siglo

........................ Los mastines al lado de la choza en la majada de Valdelampo. Lois ...................

pasado, tienen un nivel cultural superior al resto de las comarcas leonesas y a la altura de las más adelantadas de España. No había muchas alternativas en la zona: religioso, pastor o maestro. Cuenta Bonifacio que, como zagal, viajaba por detrás arreando el rebaño, que alguna vez se juntaba con “el compañero”, pastor que guiaba el rebaño siguiente al suyo. Cierto día coincidió con Santiago, también de Remolina y,   por tentarle, esto le dijo:

-  Tú por estos caminos pasando mil calamidades y tu hermano Aurelio tan tranquilo y reposado en el seminario.

.Incluso exportábamos sabiduría. Es el caso de los maestros temporeros, como el tío Marcos, de Acebedo, que por los inviernos iba a Asturias a “dar escuela”. Estas ausencias, maestros temporeros y pastores, están contempladas en las Ordenanzas de Acebedo de 1818 con obligación de cotizar: los pastores que van a Extremadura, real y medio cada mes y los maestros que van a Asturias, un real. Podríamos deducir que el oficio de pastor era más importante que el de los maestros y , además, ganaban más.

Esta manera de buscarse la vida fuera, hacía que los pueblos quedasen vacíos de hombres jóvenes durante los inviernos. Así lo recoge Madoz en su célebre diccionario diciendo que: “… la montaña queda casi desierta de hombres durante el invierno y que en muchos pueblos no queda hombre alguno que no sea o muy viejo o muy niño….” Dice Teyo que en sus buenos tiempos vio bajar a Extremadura 110 pastores, sólo de Prioro.

A casa de Teyo, en   Prioro, acudimos una tarde de otoño de 2007, sabiendo de antemano que había dedicado la mayor parte de su vida al pastoreo de ganado trashumante.

- Las pasemos muy negras, muy negras las pasemos.

Cuando Teyo baja la cabeza y desvía la mirada para pronunciar estas frases, uno percibe mucho sufrimiento, mucho sacrificio, mucha dureza en la cara de este anciano de 83 años, atezada   por aires de mil majadas.   De pié, delante de mi, en la cocina de su casa de Prioro, donde nos recibe con sencillez y amabilidad, el viejo pastor es una cascada   de palabras.

..Teyo de motril. La Fonfria 17/07/1936, víspera de la guerra civil española. Foto: Jose Ramón Lueje

Mirada penetrante, que solo desvía del visitante cuando cuenta alguna desgracia.   Pequeña estatura, muy vivaz y con buen entendimiento, aunque el oído ya no le acompañe, desprende una vitalidad y una fortaleza poco comunes para su edad:

     -      Todavía tengo unas 20   yeguas. Están gordas… Y un burro que me sacan con él   en las revistas.

Emeterio Fernández Prado, Teyo, nacido en Prioro en 1924, es un pozo de sabiduría en lo que a cañadas reales, cordeles, merinas, caballerías y demás asuntos relacionados con el ganado trashumante se refiere. Escuchándole se diría que nadie sabe tanto como él del oficio de pastor.

        -     Nadie fue a Extremadura las veces que yo fui. Yo fui   a Extremadura, andando con yeguas, 26 caminatas. Embarcábamos los rebaños en Palencia, ahora pa los Santos, e íbamos andando hasta el Valle de Alcudia, en la raya   Jaén, con 60 ó 70 yeguas. La primera vez que fui andando con ganao trashumante fue en el segundo año de la guerra (1937) y tenía 13 años. Llovía aquel año... y me llevaron porque no había gente. Y así fue nuestra vida, que no se cómo tiene uno ni huesos. Muchas calamidades pasemos… Teyo se queda callado, prudente, observando al visitante. Pero su silencio no dura mucho.

-   De 11 años ya fui de motril. Estuve allí encima   La Uña , en Peña Ten, en la Fonfría , el año que estalló la guerra. Iba con un rebaño de unas mil quinientas ovejas que eran de Jerónimo Escanciano, de Tejerina. Además teníamos unas 30 ó 40 yeguas. Cada uno tenía   dos o tres. No podías tener las que querías…

...........El rebaño en el puente de Pedrosa del Rey.............

Los recuerdos acuden   a borbotones a su cabeza. Pero uno percibe un brillo especial en sus ojos cuando habla de “las yeguas”: su mayor ocupación en los últimos años. En la época floreciente del ganado trashumante una cabaña de ovejas   merinas podía llegar fácilmente a los veinte mil ejemplares. El ganado era propiedad de   grandes hacendados y personas ilustres. Estos contrataban los servicios de un encargado general, el mayoral , que se ocupaba de toda la cabaña.   El mayoral era algo así como el Director General de la cabaña: contrataba los pastores y los pastos.

Del contacto de infancia con las merinas, que trashumaban por mi   desaparecido pueblo, Pedrosa del Rey, recuerdo un nombre sobre todos :   la cabaña de Monte Negro. Más tarde conocería los nombres de dos mayorales míticos de esa cabaña: Edelmiro, de Prioro y Argimiro, de Tejerina. Corrían los difíciles años 60. Avanzada la primavera, al atardecer de los primeros días de Junio, miles de   merinas llegaban   por el camino de Salio, simulando un silencioso y ordenando ejército, para pasar la noche en el pueblo, “la dormida”, por debajo del puente romano, final de una de sus interminables jornadas de aproximación a las majadas donde esperan los frescos pastos cantábricos.

Mi abuelo Santiago, bien conocido en toda la comarca como   excelente artesano de ruedas para   carros, era de Prioro y había sido pastor en el valle de Mental. Fuera gracias a mi abuelo, fuera por la proximidad de la casa familiar al lugar donde pernoctaban los rebaños, yo tenía el enorme privilegio de moverme a mis anchas por los entresijos del rebaño. Así podía contemplar muy de cerca como hacían su trabajo los pastores , ver a los burros blancos, cuya carga llegaba cubierta con mantas a cuadros, acariciar a los enormes mastines que acompañaban al rebaño y hasta contemplar como, en la cocina de mi propia casa, cenaban los pastores: carne cocida, que cortaban sobre el pan con sus afiladas navajas, queso y pan, mucho pan, chorizo, jamón y pan, y vino de la bota.   Ese día su jornada había comenzado en Prioro. La mayor parte de los pastores eran de allí y, con seguridad, habrían llenado bien “el fargayo”, bolsa de las viandas, amén de cumplir con otros menesteres, después de todo el invierno en Extremadura. A día siguiente en la cocina solo quedaba un penetrante olor. Conservo en la memoria el olor de todo aquello. Si cerrase los ojos y me pasasen olores por delante, no lo dudaría. Y es que ya lo dice la canción: "...dicen que los pastores huelen a sebo, pastorcito es el mio y huele a romero..."

DOCUMENTO PUBLICADO EN EL NUMERO 26 de la REVISTA COMARCAL. MAYO DE 2008