Día 8 de agosto de 2013 |
SENDERISMO A LOIS |
Ver video |
DOCUMENTO MUY RECOMENDABLE POR SU APORTE CULTURAL SOBRE LA CASA DEL HUMO DE LOIS
Un año más, y van... muchos, la Asociación Cultural programó la ya clásica ruta de senderismo entre Acebedo y Lois.
Aunque este año Fernando Gómez (nuestro histórico guía en esta excursión), no nos pudo acompañar, tomaron su puesto Pepe y Pedro para mostrarnos un camino que muchos ya vamos conociendo.
A las nueve de la mañana, 34 andarines nos presentamos en el Oterín, en el camino que en tiempos separaba el salido de las veceras de añojas del de las vacas paridas de Barrio Arriba, con el firme propósito de recorrer los 11 kilómetros que separan Acebedo de Lois.
Aunque el día se presentaba despejado, a esa hora de la mañana el calor no molestaba, así es que nuestros guías propusieron tomar el camino de Cosalines hasta la Arenera y, desde allí tomar la ruta de la Fuente Erendia.
El grupo marcha compacto por las cuestas de La Frecha
Poco a poco el grupo se va estirando camino de La Cruz del Rayo
La Fuente Erendia siempre es un inmejorable punto para reagruparse y descansar un poco mientras bebemos agua.
Silvia, Paulina, Adela y Visi descansando en “la frontera”
El grupo se ha estirado tanto, que en la Collada de Lois, muchos se cansaron de esperar a los más rezagados y cuando llegamos al punto más alto de nuestro camino de ida, los primeros en llegar ya habían iniciado el descenso hacia el valle de Llorada.
Apenas habíamos recorrido unos pocos metros en el término de Lois, cuando Pepe recibió una llamada telefónica en la que su hijo Víctor le comunicaba que acababa de nacer su nieta Renée.
Aunque el cartel de la ruta indica que en los 7,2 kilómetros que nos separan de Acebedo se puede tardar sobre tres horas y media, nosotros hemos llegado hasta aquí empleando una hora menos. Son las 11.30 de la mañana y los 3.8 km. que nos faltan son de camino carretero en suave descenso.
A esta altura de la marcha, se van formando pequeños grupos con fuerzas afines. Esto no supone ningún problema puesto que no hay riesgo de pérdida, el camino es único y la meta ya está próxima.
A la entrada de Lois, antes de atravesar el puente sobre el río Dueñas, los primeros en llegar se tomaron un buen descanso esperando a los más rezagados, como es tradición para entrar todos juntos en el pueblo.
Al frente de la marcha, Paulina, la mejor guía para no perdernos por estas calles
Eran las 13.00 horas, cuando todos los componentes de la marcha cruzamos el puente y pasamos a la sombra de la Catedral de la Montaña en dirección al bar en el que teníamos previsto comer.
Está claro que esto de la comida tiene su aliciente, puesto que los 34 que empezamos el camino a las nueve de la mañana, nos convertimos en 49 alrededor de la mesa.
Una vez cómodamente instalados a la sombra, poco a poco fue apareciendo sobre las mesas el contenido de nuestras mochilas. Como siempre, las viandas de unos se mezclaron con las de otros y no tardamos mucho en no saber con certeza qué era lo que cada uno habíamos pujado a la espalda durante toda la mañana, así es que todos comimos de lo propio y de lo ajeno.
Como no hay mesas, sillas y sombra para todos, un grupo numeroso de jóvenes se instalaron al sol sobre el muro que separa el bar del río. Un detalle que agradecemos los afortunados de la sombra.
Como siempre, la Asociación invitó a la bebida que se consumió en la comida. Este año Pepe y Blanca invitaron al café y los chupitos para celebrar con nosotros el nacimiento de su nieta.
Adela y Paulina delante de la restaurada Casa del Humo
Como Paulina es “un poco de aquí”, supo donde recurrir para que le proporcionaran la llave de la Casa del Humo y nos permitieran a todos visitar su interior.
En la reciente restauración de la casa, no se sustituyeron las vigas y tablas del entarimado que separa la planta baja de la de arriba, así es que no es conveniente el acceso de grupos muy numerosos. Siguiendo las instrucciones que se nos habían dado, fuimos accediendo al interior en grupos muy reducidos.
Es imposible quedarse indiferente viendo una casa como esta, que no difiere mucho de aquellas en las que vivieron nuestros antepasados hasta bien avanzado el siglo pasado. Aunque tenemos que considerarlo como un caso excepcional, Noris, el propietario de esta casa, vivió en ella hasta el año 1997.
Con el fin de conocer un poco más sobre este tipo de viviendas, a continuación se transcribe el texto del cartel explicativo que hay adosado en el muro de la casa:
“Es a mediados del siglo XVIII, en el Catastro de Ensenada, donde se recogen algunas de la primeras descripciones de las construcciones tradicionales de Lois y de otras localidades de la montaña oriental leonesa, aunque en documentos notariales anteriores aparecen algunas referencias aisladas, como es la venta de una casa en Arovejo con corral y antojano con cocina con su masera.
Estas viviendas tradicionales eran de dos tipos: con una o con dos plantas, pero todas, independientemente de sus dimensiones o la nobleza de sus moradores, estaban cubiertas con cuelmo. El tipo más básico de construcción era de planta rectangular y una sola altura, con cubierta de cuelmo a dos aguas. Los muros presentaban escasa altura y los tejados una fuerte inclinación, lo que sin duda facilitaba el escurrido de la nieve. Personas y animales compartían una única estancia distribuida en cocina, caballeriza o cuadra y a veces bodega. De esta construcción se evolucionó a la de dos plantas, a la que fueron añadiendo dependencias como el hórreo, habitual en la zona aunque prácticamente desaparecido hoy, así como elementos nuevos tales como portales, anteportales y corredores.
Para quienes han conocido esta casa habitada, la denominación “casa del humo” no tiene secreto alguno: se trata de una vivienda que carece de chimenea o salida de humo, de manera que éste se filtra a través de su cubierta formando una capa de sarro negra y brillante que cubre el interior.
La mayor peculiaridad de la casa es tener una cubierta vegetal denominada “cuelmo”. Se trata de un tipo de techumbre habitual en muchas comarcas leonesas hasta mediados del siglo XX cuando, poco a poco, fue sustituida por pizarra o teja. Aún hoy no es difícil encontrar cubiertas de cuelmo, techo o teito en construcciones auxiliares como hornos, molinos o cocinas de curar.
La casa del humo no destaca por su belleza o la armonía de sus formas. Construida en mampostería con piedra caliza extraída de de las canteras cercanas (El Ribero, La Cantera, El Argollino), sus muros miden entre 60-70 centímetros de grosor; la madera utilizada es de roble y haya, especies frecuentes en los bosques locales. Los cuelmos o manojos de paja de centeno que forman la cubierta vegetal tenían un deterioro progresivo y cada ocho años más o menos, a pesar de los obligados y constantes arreglos, debían ser sustituidos. La casa, en la que se abren pocos vanos y de pequeño tamaño, tiene en la parte derecha un portalón para guardar corros y aperos de labranza; y, en la parte superior, un corredor encajado entre dos muros que, en caso de incendio, servían para impedir la propagación del fuego a las casas vecinas. Todavía es posible apreciar algún detalle decorativo en la fachada principal como alguna zapata, el fuste del corredor o el pasamano, que recuerda la tradicional dedicación de los montañeses a la talla de madera, sobre todo durante los largos inviernos.
En la parte inferior se encuentra el anteportal, en él se sitúa la entrada de la vivienda y se utilizaba para almacenar la leña y realizar pequeños trabajos.
El interior de la vivienda presenta un portal enlosado, con arcas y útiles, del que arranca una escalera que conduce al piso superior, que se encuentra entarimado y partido en dos espacios por “sardos” (varas de avellano y barro): la cocina con ventana y el cuarto. Tiene un “llar” (espacio donde se hace el fuego) de losas rodeado de escaños (bancos) y sobre él están suspendidas las pregancias de las que se cuelgan los potes.”
Noris, propietario de la Casa del Humo, en la que vivió hasta el año 1997. El recuadro de la parte superior izquierda es una foto del exterior, concretamente del anteportal
Con respecto a Noris, propietario y último morador de la Casa del Humo, el mismo cartel dice lo siguiente:
“La importancia de la Casa del Humo de Lois radica en que estuvo habitada hasta finales del siglo XX, siendo uno de los últimos vestigios de estas viviendas en toda la provincia de León. Hasta dos años antes de su muerte, acaecida en 1999, habitó en ella Honorino Álvarez, más conocido por sus vecinos como Noris. Hombre afable y amable, fumador empedernido, conversador impenitente, socarrón a su manera y curioso por todo cuanto acontecía en su tiempo y por la historia, nació en Lois y su vida en poco o en nada (salvo por el hecho de vivir en esta casa) se diferencia de la vida de la mayoría de sus convecinos: motril con ocho años recién cumplidos, durante tres años caminó con las merinas hasta Extremadura en unos tiempos, no tan lejanos, en los que la trashumancia empleaba a una buena parte de los montañeses. Después fue obrero en un calero, luego cantero, más tarde labrador y ganadero. Jubilado al fin, con el inolvidable Noris, el único que no tosía cuando el filandón se celebraba en su casa, terminó la historia viva de la Casa del Humo.”
Cuando nos dirigíamos a devolver la llave de la Casa del Humo, fuimos abordados por dos periodistas del Diario de León a los que les llamó la atención la presencia en el pueblo de un grupo tan numeroso. Les explicamos quiénes éramos y de donde procedíamos, mientras tomábamos una cerveza en el otro bar del pueblo, que era donde teníamos que entregar la llave.
En un artículo firmado por Diego Rodríguez, el suplemento veraniego León al Sol del Diario de León, se hizo eco el día 18 de agosto de nuestro paso por Lois y publicó la foto que se reproduce arriba de nuestro grupo en la corralada que da acceso al bar.
La comida y el calor hicieron estragos en el grupo, así es que de los 49 que nos sentamos a la mesa, sólo 20 tomamos el camino del Monte de Cerezales para hacer a pie el trayecto de regreso.
En la Collada Lito pudimos comprobar que el mojón del tío Jandrón sigue conservando la verticalidad que tanto trabajo nos costó recuperar tres años antes.
Un nuevo alto en el camino en la fuente de Peñalavela para beber agua. Algunos aprovecharon también para aprovisionarse del té de peña que crecía allí mismo entre las pedrizas.
Por el sendero de arena blanca camino del Llano la Rasa
El árbol bien se merecía que aprovecháramos su sombra
Después de tanto sol en nuestra espalda y tantos kilómetros en nuestras piernas, las sombras del Monte Cotao fueron un magnífico bálsamo reparador. Un año más habíamos recorrido los 22 kilómetros de una ruta que ya se ha convertido en tradicional.
Ángel Cimadevilla Díez
León, noviembre de 2013
Volver |