LAS LAVADERASEl otro día le pregunté a Patricia (mi memoria histórica para tantas cosas) sobre el electrodoméstico que ella consideraba que más había contribuido a mejorar la calidad de vida de las mujeres. No necesitó tiempo para pensarlo, su respuesta fue inmediata: LA LAVADORA. Es posible que haya mucha gente que no esté de acuerdo con mi madre en este tema, pero estoy seguro de que la inmensa mayoría de las mujeres que vivieron en Acebedo antes de la década de los ochenta piensan lo mismo. Cuando traté de que me explicara el porqué de su elección, me dijo: - Mira, yo tengo seis hijos y a cinco de ellos no se les ocurrió nada mejor que nacer en noviembre, diciembre, enero, febrero y marzo. ¡Unos irresponsables!. En estos meses, la mayor parte de las veces la tarea de lavar los pañales comenzaba teniendo que “depalar” para llegar hasta el río y, a continuación, había que quitar el hielo de la orilla. De la temperatura del agua mejor no te cuento nada. Menos mal que tu tuviste el detalle de nacer en mayo. En el tiempo al que me estoy refiriendo, en las casas de Acebedo no había cuartos de baño con lo que queda descartada la posibilidad de lavar la ropa en la bañera. Si nos remontamos un poco más en el tiempo, en las casas ni siquiera había agua corriente, así es que para lavar la ropa sólo quedaba una opción: el río. Patricia lavando en el río La temperatura a la que baja el agua del río Erendia es muy fría durante todo el año, pero en invierno es heladora. Para poder lavar y evitar la congelación de las manos, las mujeres ponían a su lado un caldero que llevaban de casa con agua caliente. Cuando ya no soportaban el frío, metían un rato las manos en el agua caliente para a continuación poder seguir lavando. El jabón se elaboraba en casa y en su composición sólo entraban como ingredientes el aceite sobrante de la cocina, cortezas de tocino, sebo, sosa caústica y agua. Al añadir calor a esta mezcla se produce una reacción química que disuelve las grasas y, revolviendo de forma constante durante más de dos horas, se obtiene una masa viscosa. Este jabón líquido se vertía en un molde y se dejaba enfriar durante un par de días en los que se endurecía, permitiendo entonces cortarlo en trozos que se guardaban para usarlos a medida que se necesitaban. No tenía fecha de caducidad, pero sí tenía un problema, y es que los ingredientes de los que estaba hecho también gustaban a los ratones. El jabón ayudaba en la tarea de eliminar la suciedad de la ropa, pero la mayor parte del éxito de un buen lavado dependía de la energía con la que se frotaba, restregaba y retorcía la ropa. Para lavar los tejidos fuertes, como el mahón, se utilizaba también el cepillo de raíz o de cerda. Para recuperar el blanco luminoso en algunas prendas, se ponían a mojo con el “azulete” o “añil”, que eran unas pastillas de color azul oscuro que se metían dentro de un trapo atado con una cuerda. Cada pastilla servía para varios remojos, hasta que se terminaban diluyendo en el agua tras varios usos. Como entonces no había lejía, la ropa blanca requería un tratamiento especial que consistía en que primero se echaba a remojo, luego se le daba un primer lavado en el río, se enjabonaba y se tendía a blanquear. Tender en la nieve daba muy buen resultado, así que mientras la había era ese el sistema utilizado (qué remedio), aunque hubiera que ir a tender a La Matica. Muchas veces, después de una helada, cuando se iba a recoger lo tendido en la nieve la ropa estaba tiesa y había que tener mucho cuidado porque si se doblaba había muchas posibilidades de “tarazarla”. Cuando ya no había nieve, se tendía “al verde”. Para entendernos, se tendía en la pradera. Cuando se tendía “al verde”, la ropa se secaba pronto, así que había que ir a mojarla por lo menos un par de veces con la regadera. Después de uno o dos días blanqueando, se volvía con la ropa blanca al río para aclararla y colgarla en el tendal. Ya fuese invierno o verano, ya hiciera frío o calor (si hacía calor mejor), las márgenes del río Erendia a su paso por el pueblo estuvieron siempre muy concurridas, hasta que, poco a poco, la lavadora encontró un hueco en las casas. Durante mucho tiempo, lo único necesario para lavar en el río fueron dos piedras más o menos planas, una para arrodillarse a la orilla y otra alargada que se colocaba enfrente, inclinada, con un extremo apoyado en el cauce y el otro en la margen del río. Para evitar la humedad en las rodillas se ponía un saco doblado. Aunque la palabra no existe en el Diccionario de la Real Academia , a esta piedra plana e inclinada en Acebedo siempre se le llamó “lavadera”.Como en todo, siempre hubo lavaderas mejores y peores, hasta de “importación”. Mi madre recuerda que Petra y Herminia compartían una muy buena que les habían traído Emiliano y Plácido de no sé donde. Tiempo después apareció una mejora que era el “cajón de lavar”. Consistía en una especie de armazón de madera. Dentro del cajón ya se podía llevar un cojín para aliviar las rodillas y algunos cajones ¡hasta tenían una tabla para posar el jabón y el cepillo! El cajón tenía la ventaja de que mejoraba considerablemente la temperatura de la piedra sobre la que anteriormente se apoyaban las rodillas y permitía a la lavandera estar de rodillas sin mojarse, al estar aislada del suelo y protegida de las salpicaduras. El río Erendia a su paso por la calle La Presa. En primer término, el cajón de lavar Cercano en el tiempo a la aparición del “cajón de lavar”, apareció también otra mejora, la “tabla de lavar”, también conocida como “taja”. La “taja” consistía en una tabla de madera acanalada con una especie de armazón en su parte posterior. Para darle mayor inclinación, algunas tenían hasta patas.
Aunque había lavaderas que se compartían, casi todas las mujeres tenían la suya en el tramo de río que quedaba más cerca de su casa. Algunas aprendieron a lavar de solteras en Barrio Abajo y continuaron lavando de casadas en Barrio Arriba, mientras que otras hicieron el cambio a la inversa. Las primeras lavaderas estaban un poco por debajo del puente que había al lado de la casa de Teófila, al lado del muro del huerto del tío Epifanio. Un poco más abajo, detrás del muro del huerto de la tía Farruca, había otra fila de lavaderas. En este primer tamo del río lavaban la tía Petronila, Pili, Enedina, Esperanza, Piedad, Rogelia, Clemencia, María, Venilda, Marisa, Lola, Julita, Priscila, Carmen, Socorro, Pura…
Un poco más abajo, junto al muro del huerto en el que el tío Felones tenía las colmenas, lavaban Nieves, Petra, Herminia, Lidia, Nati, Tea, Florenta, Adelia “ la Pasiega ”, Elcónida… Delante de casa de Bautista tenían su lavadera María “ la Cachera ”, Engracia, Patricia y Gloria, que la tenía al lado de la ventana de su casa que da al río.
El único “lavadero”, entendido como “sitio especialmente dispuesto para lavar la ropa”, que es como lo define el diccionario, lo tenía Epifania en su huerto. Y lo de “especial” consistía en que era la única que podía lavar de pie en una pila que se alimentaba con el agua del río mediante un tubo que recogía el agua un poco por encima del puente que había al lado del comercio de Gloria. Aquella pila se utilizaba tanto para lavar la ropa como de bebedero para el ganado. Además del lavadero, Epifania también tenía su propia lavadera un poco por debajo del puente que daba acceso al corral de su casa. Junto al tronco de madera que todavía “resiste” haciendo funciones de puente, entre la hornera de Epifania y la cuadra del tío Antón (actual casa de Conce y Ceto) volvía a haber más lavaderas, que eran utilizadas por Humildad, Carmen, Elpidia, Gela, Blanca, Julia… Volvía a haber lavaderas un poco por debajo del puente de la calle El Medio y por allí lavaban Gaudiosa, Palmira, Clarita, Chucha, Mercedes, Angelina, Fonsa, Victorina, Asunción, Tina, Araceli, Manuela, Elvira, Conce, María (la de Secundino), Edme,… La proximidad de la escuela con estas lavaderas de la calle El Medio, hacía que también fueran utilizadas durante los recreos para practicar deportes de riesgo. Y si no que se lo pregunten a Pedro que, en una ocasión, saltando para cruzar el río, aterrizó de forma poco ortodoxa sobre una lavadera que tenía restos de jabón y se rompió un brazo. Como compensación, seguro que más de una vez pescó alguna trucha debajo de ellas. Al lado de la lechería vieja, donde después estuvo el taller de Goyo, también había lavaderas utilizadas por Obdulia, Sipa, la tía Ramona, Dorotea…
Adoración lavaba un poco por debajo del pequeño puente que había enfrente de su casa y, un poco más abajo, cerca ya de los prados de la Salera , volvía a haber lavaderas en las dos márgenes del río. Por allí lavaban Maura, Laudelina, Indalecia, Pepa, Rosa, Justa, Carola, Julia, Teresa, Nieves, Leocadia… Tramo del río donde estaban las últimas lavaderasDurante el tiempo en que traía agua, el río Amea también tenía en funcionamiento sus lavaderas y un poco por encima del puente lavaban Juana, Fuencisla, Maruja, Choni, María (la de Pedro), Elisa, Cecilia, María (la de Hermógenes)… En verano, cuando se secaba el río Amea, las que lavaban allí se repartían y unas iban a lavar al río Erendia, por debajo de la calle El Medio y a La Salera y otras cruzaban las Cortinas Ameas y lavaban en el río Esla, un poco por debajo de La Cruz , en una zona del río que se llama La Olla. También en el río Esla y cerca de su casa lavaban la tía Ana y Anita, las del Mesón.
Hoy, si mi memoria no me engaña, sólo quedan como recuerdo la lavadera de Chon, inmediatamente debajo del puente de la calle El Medio, justo al lado de su casa, los restos inundados de lo que en su día fue la lavadera de Gloria delante de su ventana, la de Engracia que se encuentra rodeada de ortigas y puede que alguna otra escondida entre los arbustos que han ido creciendo en las márgenes del río.
Al finalizar la lectura de este documento, a mi madre le asalta la vena reivindicativa y comenta: - En qué estaríamos pensando las mujeres para no haberles pedido a los hombres que nos hicieran un lavadero cubierto. Por lo menos habríamos podido lavar de pie y sin mojarnos cuando llovía. - A buenas horas mangas verdes –le contesto-. - Bueno, estábamos todos tan ocupados, que ni se nos ocurrió. En los tiempos en los que se lavaba en el río, esta tarea era cosa de mujeres, así que a nadie le resultará extraño que en este repaso de personas arrodilladas a la orilla del río no hayamos encontrado a ningún “adelantado a su tiempo” que realizara esta labor. Para cuando se empezaron a superar estos prejuicios, en muchas casas ya habían cambiado un par de veces de lavadora, habían desaparecido del río casi todas las lavaderas y en su lugar habían crecido las ortigas, con lo que muchos no tuvimos oportunidad de debutar (a Dios gracias). La única referencia de hombres lavando en el río que hasta mí ha llegado es de un solo hombre y en una única ocasión, allá por la primera década de mil novecientos (sus nietos más jóvenes tienen ahora cerca de setenta años). La prole que tenían era muy numerosa y su mujer llevaba varios días enferma (seguro que muy enferma), así que a nuestro paisano no le quedó más remedio que meter los pañales en un caldero y dirigirse a lavarlos al río. El lugar elegido por nuestro hombre para lavar fueron Los Arroyos de El Moruquil, no porque allí el agua esté más caliente sino para que nadie lo viera. Es posible que, entre mi “memoria histórica” y yo, hayamos puesto a lavar a alguna en un tramo equivocado de río, espero que nos sepan disculpar. Al fin y al cabo, el agua estaba igual de fría tanto si lavaban un poco más arriba o un poco más abajo. Como siempre, se admiten comentarios y correcciones para colocar a cada una en el tramo correcto del río. Vaya desde aquí nuestro reconocimiento, aplauso y gratitud para todas las mujeres de Acebedo que durante tanto tiempo supieron resolver con su esfuerzo y sin el menor rastro de queja la dura tarea de lavar en el río. Angel Cimadevilla Díez 23 de abril de 2008 |