El iglú

Angel Cimadevilla Díez

Hace tiempo que me rondaba por la cabeza la idea de construirme en Acebedo una residencia de verano. Yo quería algo sencillo, en un lugar tranquilo, con buenas vistas y a la vez fresco y con buena sombra a partir del mediodía.

Los años pasaban y no acababa de cuajar un invierno lo suficientemente crudo que diera solución a mis pretensiones. Sin embargo, cuando el pasado mes de octubre cayó la primera nevada de más de medio metro y antes de que pasara una semana volvió a caer otra del mismo calibre, pensé que este podía ser el invierno que estaba esperando para llevar a cabo mi propósito.

Pero la cosa no paró en noviembre, detrás vinieron cuatro meses en los que no pasaron quince días seguidos sin que cayera una nueva nevada. Cayó tanta nieve, que hasta mediados de abril no se volvieron a notar los baches en muchas calles.

De vez en cuando llamaba de forma interesada a alguien de Acebedo para ver como iba la cosa y, aunque disimulaba, en el fondo me alegraba cuando me decían: “habrá algo más de un metro de nieve porque no se ve el muro de la calle el Medio”.

A mediados de enero ya estaba claro que este invierno iba a ser el más duro de los últimos veinte años, así es que me puse manos a la obra para resolver todos los trámites burocráticos que requiere levantar una edificación de nueva planta.

Como el lugar en el que iba a levantar mi nueva morada estaba fuera del terreno urbanizable del casco urbano, me dirigí directamente a las oficinas de medio Ambiente de la Comunidad Autónoma y presenté, como me habían recomendado, el estudio y evaluación de impacto ambiental, otro de integración paisajística y, para evitar posibles impedimentos, los acompañé con otros estudios hidrológicos, geológicos y de inundabilidad. Superar todas las trabas que se les ocurrieron a los especialistas no fue cosa fácil, pero todo se resolvió favorablemente cuando les presenté el mapa de impacto visual en tres dimensiones, acompañado con un dossier fotográfico del lugar exacto en el que pensaba levantar el inmueble. A la vista de la documentación a uno de aquellos técnicos no le quedó más remedio que decirle a su jefe:

- No nos queda más remedio que autorizar porque no impacta nada. ¿No ves que está en un pozo?.

Vista de la concavidad donde nace (y muere) la fuente de Peñalavela

Tuve que corregirle y aclararle que no era realmente un pozo, que en realidad se trataba de una “depresión natural del terreno”.

Costó bastante trabajo superar todos los obstáculos que me planteó aquella gente pero, al final, el que parecía que tenía que decir la última palabra le dijo a una chica:

- Anda Transi, ponle un par de sellos a estos papeles y a ver que dicen los de Urbanismo, pero adviértele que iremos a hacer una inspección en agosto.

Como sabía que los de Urbanismo me iban a pedir un proyecto visado por un arquitecto, me dirigí a un estudio de arquitectura en León para plantearles el tema. La persona que me atendió no parecía tener mucha experiencia diseñando lo que yo le pedía y me recomendó que era mucho mejor que me pusiera en contacto con algún profesional del Pirineo y a ver si tenía suerte. Les planteé el asunto a arquitectos de Benasque, Jaca y Panticosa sin mucho éxito, así es que tuve que recurrir a Internet hasta que logré que me enviara los planos un arquitecto de la tribu Inuit de la ciudad de Nanavut en el nordeste de Canadá.

A pesar de que toda la documentación estaba en regla, en las oficinas de urbanismo las cosas tampoco resultaron nada fáciles. La persona que me atendió, cada vez abría más los ojos a medida que iba leyendo. Al final, sin decir ni media palabra, salió disparada a enseñárselos a otro que tenía su despacho detrás de una mampara. No entendía muy bien lo que decían, pero cada poco se asomaban los dos por encima de la mampara y me miraban de una forma bastante rara, aunque supongo que sería para ver si aún seguía allí.

Tuve que dar mil explicaciones, documentar que la zona en la que pretendía construir ya había estado anteriormente habitada y que, en tiempos, por las noches, había tenido bastante ambiente musical (yo pensaba en los cencerros, pero preferí no darle muchas explicaciones de esto), que había un camino que pasaba justo al lado aunque solo fuese transitable para tractores, que tenía agua corriente, que tampoco había problemas para instalar luz eléctrica porque el tendido pasaba a menos de cien metros y un montón de argumentos más que dejaban claro que mi pretensión, aunque fuese algo novedosa, era perfectamente realizable.

 

 

Al ver que el lugar estaba un poco alejado de un núcleo urbano, creyeron que me iban a poner en un aprieto cuando me preguntaron:

- ¿Como piensas resolver el tema de los desagües en una zona en la que no hay alcantarillado?.

- Bueno, alcantarillado como tal no hay –les dije-, pero en ese punto exacto hay algo mucho mejor; un desagüe natural que lleva funcionando siglos durante las veinticuatro horas del día sin haber sufrido nunca un atasco.

Restos que demuestran fehacientemente que el lugar ya estuvo habitado

 

 

Como nunca habían visto nada igual, esto del desagüe se lo tuvieron que certificar desde el Ayuntamiento de Acebedo, aportando la declaración jurada de media docena de personas mayores de ochenta años que manifestaron que allí el agua siempre ha desaparecido como por arte de magia. Además, el certificado añadía que si tenían alguna duda lo tenían bien fácil: que fueran a verlo.

Todavía deben de seguir pensando que les hemos tomado el pelo porque, aunque no fueron a comprobarlo, me dieron todos los permisos necesarios para continuar con la obra.

Aunque lo de la instalación eléctrica todavía no lo tengo del todo resuelto, ya he estado en Iberdrola para que hagan la acometida. Me preguntaron acerca de la potencia que iba a necesitar y les dije que no iba a ser mucha, lo justo para resolver lo del alumbrado y algún pequeño electrodoméstico. Les aclaré que frigorífico no iba a necesitar, aunque ellos me advirtieron de que allí iba a necesitar una buena calefacción.

- ¡Nooo!. ¡De ningún modo! –les dije-. Calefacción no pienso poner.

 

 

 
A los cinco metros de su nacimiento, el agua de la fuente desaparece

 

Puerta de entrada al iglú que he construido en Peñalavela
A la puerta de mi nueva casa

Se quedaron bastante mosqueados por mi intransigencia ante la posibilidad de la instalación de la calefacción, pero no insistieron. Hasta que se resuelva esto de la electricidad me arreglaré con velas que es lo más indicado para un lugar que lleva la palabra “vela” en su propio nombre.

Con todos los permisos en mi poder, durante buena parte de la primavera he ido regularmente a preparar el terreno, que desde mediados de enero ha consistido básicamente en subir después de cada nevada a pisar la nieve del solar.

A primeros de marzo la cosa ya ha cambiado y he tenido que llevar los planos que me proporcionó el arquitecto canadiense y subir alguna herramienta; una pala y poco más. Tengo que reconocer que en el avance de la obra he contado con la inestimable y desinteresada ayuda de la fuente que mana allí al lado que, por increíble que parezca, ha trabajado para mí las veinticuatro horas del día y no espero que me pase al cobro ninguna factura.

Hará un mes que puse el ramo a la obra. Bueno, puse cuatro ramos en honor a los arbustos más representativos del lugar: el brezo, la escoba, el haya y el pino.

Aunque he dado por terminada la primera fase de la obra, a mediados de julio pienso empezar ampliar el espacio habitable con dos nuevas habitaciones y una bodega. Para entonces puede que me cueste menos esfuerzo hacer el vaciado y por esas fechas no dejará de aparecer algún voluntario que me eche una mano.

Reponiendo fuerzas a la puerta de mí casa nueva. No todo va a ser trabajar

Estos días ando algo liado con lo de los muebles. Primero fui a un gran almacén y el vendedor quedó medio trastornado cuando le dije que, a pesar de la crisis, estaba buscando muebles para decorar y amueblar todas las estancias de una vivienda de nueva planta. La emoción se le fue pasando cuando empecé a tachar cosas que no necesito de una lista interminable de objetos que según él son imprescindibles en una casa. A medida que tachaba chismes de la lista, el hombre fue perdiendo interés y creo que ya no me oyó cuando intentaba explicarle el lugar en el que tenía que instalarlo sobre una foto que había impreso desde Google Earth. Creí encontrar la solución al día siguiente cuando pasaba por delante de una tienda de muebles menos pretenciosa y que tenía un cartel muy grande en la puerta que decía: “Le ponemos sus muebles en cualquier parte de España”. Después de la experiencia del día anterior, eso era justo lo que yo necesitaba. Como tenía reciente la lista de lo que me hacía falta, no tardé mucho en elegir lo que quería, pero cuando saqué el plano del lugar al que había que llevar los muebles va el hombre aquel y me dice: “¿Estás seguro de que esto está en España?”. No hubo forma de convencerle. Que le vamos a hacer, hay gente que anda más bien floja en geografía.

Tendré que hablar con Doro, el de Lario, a ver si me puede hacer los muebles que necesito y le pediré prestado el tractor a Julio César para subirlos.

No quiero que penséis que he elegido este lugar para aislarme del mundo y dedicarme a la vida contemplativa. De hecho, el lugar elegido es el más “céntrico” de las opciones posibles que barajaba, que eran el Nevero de Cuestarrasa, el Hoyo Tea, los Cubos y el Corral de los Diablos.

Con el fin de resolver de una forma rápida la distancia que hay entre mi nueva residencia y el pueblo, me he matriculado en una academia donde enseñan el manejo del parapente y he encargado a una diseñadora de moda que me construya uno con unas telas muy vistosas. Teniendo en cuenta la distancia, si el día Santiago oigo tocar a misa, puedo aterrizar con mí artilugio en la Valleja antes de que salga la procesión.

Vista de Acebedo desde la Loma de Peñalavela. Como se puede apreciar, el Otero Mayor está a tiro de piedra

Reconozco que esto de ser pionero en la construcción de una residencia de este tipo me ha proporcionado la ventaja de poder elegir el mejor lugar y que seré la envidia de los que, sin duda, estarán pensando ya en seguir mi ejemplo. A estos les ofrezco desde aquí mi asesoramiento para resolver los problemas que se les presenten y les puedo proporcionar una copia de los planos que yo he utilizado.

El fin de semana pasado lo dediqué a poner unas estanterías en la despensa. El tiempo se me fue volando y cuando me dí cuenta era casi de noche, así es que me quedé a dormir. A la mañana siguiente tardé más de un cuarto de hora en poder enderezarme. No sé, algo no he debido de hacer del todo bien. Tengo la sensación de que esta casa mía va a ser algo húmeda.

Junio de 2009

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Comentario:

El escrito que nos ha regalado nuestro amigo Ángel es un prodigio de imaginación, de sencillez y de dominio del lenguaje. Cosas así nos hacen sonreir y, por sí solas, ya justifican la creación y el mantenimiento de esta humilde página web. Espero que disfrutéis leyendo este documento tanto como él mismo habrá disfrutado escribiendo.

¡Enhorabuena amigo! Tu trabajo es casi tan genial como tú mismo.

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