3 DE AGOSTO DE 2009
Las imágenes que rodean este texto cuentan por si solas lo que sucedió el día 3 de agosto, fecha en la que la Asociación Cultural había programado una excursión para conocer la mundialmente famosa cueva del Soplao y el no menos atractivo pueblo marinero de San Vicente de la Barquera, en la cercana Cantabria. Como a última hora se había dispuesto, pasadas las siete de la mañana, nuestro autobús salió hacia el destino programado. Unas nubes oscuras en el cielo presagiaban un tiempo incierto, así que optamos por ponernos de inmediato bajo la protección de la Virgen de la Puente por lo que pudiera pasar. A fe que nos hizo algo de caso ya que, una vez coronado el Puerto de San Glorio, Cantabria nos recibió sin una sola nube, con un cielo azul espectacular que animaba al disfrute y la diversión. El puerto hizo estragos y la pericia y el sosiego desmostrados por nuestro conductor no fueron suficientes para evitar que algunos llegaramos a Potes algo tocados. A pesar del horario, muy ajustado, como luego se demostraría, era necesario hacer una pequeña parada para tomar aire.
En quince minutos salimos hacia el desfiladero de la Hermida que, tras 24 kilómetros, nos iba a conducir a Panes y posteriormente a Unquera, ya en plena costa cantábrica. Cuatro kilómetros de autopista nos llevarían al desvío hacia nuestro primer destino: la Cueva del Soplao. Las instalaciones exteriores de la cueva se pueden calificar de magníficas: tienda de regalos, cafetería... y con un amplio recibidor donde rápidamente se reunió el primer grupo, que se dirigió a la estación. Si, si, a la estación, porque para entrar en la cueva es necesario embarcar en un divertido y ruidoso trenecillo que simula el antiguo medio de transporte que usaban los antiguos usuarios de esta cueva: los mineros. Una vez pasados los controles necesarios e instalados en nuestro curioso medio de transporte, el tren enfiló un tunel estrecho y oscuro.Ya en el interior del tunel el ruido creaba un peculiar y misterioso ambiente. Conducidos por la amable y simpática guia que nos tocó en suerte, medio a oscuras, llegamos a la que llaman la Galería Gorda. La galería permanecía medio en penumbra, ambientada por sonidos de ambiente que semejaban gotas de agua. A medida que se fueron encendiendo las luces de colores, quedamos pasmados mirando para los techos, mientras la guia repetía una y otra vez que no se podía tocar nada. Cientos, miles de estalactitas de un blanco immaculado colgaban por cualquier parte que extendieras la vista. Estábamos en una especie de mirador y a nuestros pies habría varios metros de profundidad. Pero con solo extender la mano podríamos haber tocado cientos de enormes estalactitas que colgaban sobre nuestras cabezas. Siguiendo a nuestra guia nos desplazmos a nuestra izquierda para llegar a la Galería de los Fantasmas. Grandes estalagmitas que permanecen en el suelo simulando figuras humanas, algunas ya unidas a sus creadoras, las estalactitas. Al volver sobre nuestros pasos, nos cruzamos con nuestros compañeros de excursión, que habían entrado en el segundo grupo y que en ese momento contemplaban extasiados la Galería Gorda. Contemplamos luego lo más singular de esta cueva y lo que hace que sea única en el mundo. En una parte concreta las estalactitas no han crecido hacia abajo después de miles de años de gotear agua mezclada con minerales: lo han hecho hacia los lados. Por eso se llaman excéntricas y no existe, que se sepa, otro fenómeno igual en todo el mundo. La visita termina visitando una galería espectacular: la Galería Blanca. Millones de fuguras de un blanco impresionante, perfectamente iluminadas, a poco más de una cuarta de nuestras cabezas. El espectáculo te deja sin habla. El frio se hace notar. Creemos que la sensación térmica está bastante por debajo de los 10 grados que nos habían anunciado, debido a la humedad. La estancia dentro de la cueva dura un hora y en el trenecillo que habíamos entrado, regresamos de nuevo "al mundo". El cuerpo se ha quedado frio y es necesario tomar un café para entrar de nuevo en calor. Unas compras en la tienda de souvenirs, unas fotos de todo el grupo con la Sierra de Cabuérniga al fondo y comentarios varios, ponen fin a la visita a la cueva.
Nos dirigimos ya rumbo a San Vicente de la Barquera donde llegaremos pasada la una de la tarde. Nos vamos directamente al Restaurante Miramar, donde tenemos reservada la comida. El hotel está situado sobre un altozano que regala unas vistas paradisíacas sobre la bahía, con la playa, atestada de gente, al fondo. Los visitantes se dirigen hacía el espigón. Sin duda han olido el salitre. Los visitantes se apoyan en la barandilla y contemplan el mar que nos ofrece un azul intenso, a juego con el cielo. Desde la perspectiva del fotógrafo simulan la borda de un gran transatlántico, apoyados en la barandilla y asomados al mar. Poco a poco, sin ninguna prisa, disfrutando del día y del momento, el grupo se pasea por el espigón contemplando las hermosas vistas que se ofrecen a su alrededor. Se forman corrillos y la gente charla amistosamente. Paz y armonía, tranquilidad y muy buen ambiente que se refleja en las caras de todos. Aún hay tiempo antes de la comida para tomar una buena cerveza bien fresca.Con un poco menos de calor también nos hubiéramos conformado. Nos aseguraron que fue el día más espectacular de todo el verano. Pasadas las dos y media pasamos al comedor, perfectamente dispuesto, con los aperitivos ya servidos. La gente tiene hambre. Nada hay que esperar y la comida comienza en el mejor de los ambientes. La comida y el lugar parecen muy del agrado de los comensales, que comen y charlan con los compañeros de mesa. Poco a poco se van cosumiendo las viandas, el tiempo va pasando y se llega a los postres y el café con un servicio magnífico por parte del establecimiento.
Entre bromas, chistes y anécdotas varias ponemos fin a la sobremesa sobre las cinco de la tarde. El propio autobús nos transladó a la playa. Algunos/as previsores/as, bañador en ristre, aprovechan el maravilloso día de playa para darse un buen baño. Otros pasean por la orila del mar, zapatos en mano, y otros prefieren reposar la comida en una sombra cercana, bajo unos árboles. Hay tiempo libre hasta las ocho de la tarde. A esa hora emprendemos el regreso, esta vez por una ruta diferente. A través de Torrelavega, por autopista, llegaremos hasta Aguilar de Campoo, donde hacemos una pequeña parada, Cervera, Guardo... Sobre las once de la noche, ya noche cerrada, entramos en Acebedo, algo cansados, pero satisfechos y con la sensación de haber pasado un día inolvidable. Dimos las gracias a la Virgen de la Puente. El año que viene, más...