LA CASA DE PAJA

 

1.- ORIGEN Y EVOLUCION

Existe en la Comarca de Riaño, la antigua VADINIA de los Cántabros, un tipo peculiar de vivienda que, sin duda alguna, tiene un origen ancestral. Este tipo de construcción se enmarca dentro del conjunto de las “casas de teito”, características de la arquitectura popular de la Región Leonesa. Encontramos vestigios, mejor o peor conservados, en las Comarcas Leonesas del Bierzo, Laciana, Babia, Luna, Los Argüellos, Las Omañas, Maragatería, y La Cabrera . A pesar de la similitud básica del conjunto regional, una serie de características propias, diferencian unos tipos comarcales de otros.

Esta variedad arquitectónica tiene su origen remoto en las construcciones del pueblo prerromano que habitaba estas tierras: los CÁNTABROS VADINIENSES, etnia autóctona celtizada y posteriormente romanizada. Ya en el período Neolítico las cabañas se fabricaban con paredes y techos de ramajes y barro, conformando los núcleos habitados denominados “castros”. El castro es un poblado fortificado, construido en lo alto de un monte –la toponimia actual nos indica asentamientos castreños- con un fin básicamente defensivo, añadiendo una o varias cinturas fortificadas, situando las viviendas en su interior. Estos núcleos comenzaron en el citado período y perseveraron hasta la conquista romana. Las casas tenían planta circular o rectangular. La vida en los castros se mantuvo durante la Edad de Hierro, hasta la época romana avanzada, sufriendo durante este transcurso temporal la influencia de los pueblos celtas hacia forma rectangulares. El empuje ejercido por la influencia celta no supuso la total desaparición de las formas circulares, si bien se produjo una adaptación a la nueva forma de fabricación, surgiendo así construcciones más o menos rectangulares.

En la Comarca de Riaño predomina la planta rectangular, no existiendo ningún ejemplar de planta circular o elíptica. Al igual que sucedió en la Comarca de Laciana, con su tipo de planta semicircular, la vivienda castreña evolucionó de una manera característica y propia en la zona de Riaño, dando lugar al tipo rectangular que genéricamente denominamos “Casa de Humo” , introduciendo un importante avance al estructurarse en su interior la separación entre personas y animales.

Con la romanización tardía, la agricultura adquiere un incipiente desarrollo y los indígenas abandonaron paulatinamente los castros, para situar sus poblados en los valles. Este asentamiento en las zonas llanas continuó durante la Edad Media favorecido por el avance de la Reconquista, surgiendo un mayor número de aldeas denominadas con frecuencia “casares”, que mantendrían su tipo primitivo de construcción, con techumbre de paja y paredes de mampostería de canto rodado, si bien su tamaño era mayor.

Con el paso de los siglos los medios de vida apenas evolucionaron, lo que posibilitó el mantenimiento, sin apenas variaciones, del mismo tipo de vivienda.Nos situamos así en el siglo XVI en unas aldeas que tenían todos sus edificios, incluidas las iglesias y ermitas, con el techo de paja. La paja de centeno dominó en la totalidad de las manifestaciones arquitectónicas de la Comarca, extendiéndose su empleo a los edificios más singulares, como sus iglesias, que fueron las primeras donde se sustituyó por teja de barro a comienzos del siglo XVII.

A partir de esta época el incipiente desarrollo de las comunicaciones permitió un avance en las técnicas constructivas; el aislamiento iba cediendo y nuevos tipos de construcción fueron cobrando importancia. Se produce la sustitución de la paja por teja en la cubierta y la división en dos plantas, con el corredor de madera en la solana, como innovaciones más importantes. Aún hoy la toponimia nos indica el lugar donde se asentaban las “tejeras” o fábricas de teja. En todos los pueblos de la comarca hay uno o varios lugares donde se asentaban estas industrias. A este cambio contribuyeron también los incendios masivos que durante la Guerra de la Independencia asolaron diveras localidades de la comarca. La francesada incendió Pedrosa del Rey el 4 de Abril de 1809, si bien los libros de historia señalan la fecha del cinco.

Ocurrió que el guerrillero Juan Díaz Porlier, “El Marquesito”, después de sufrir derrotas en Gamonal (Burgos), Palencia y Saldaña se reorganizó con mozos de Riaño, atacando el depósito de prisioneros de Sahagún, liberó a los presos y los condujo a Pedrosa. En la contraofensiva, ante este hecho, los franceses quemaron el pueblo. “El Marquesito” fue ahorcado en La Coruña en 1815.

Respecto a la situación en el siglo XIX es significativa la descripción que de diversos pueblos de la Comarca Vadiniense lleva a cabo Madoz en el Diccionario Geográfico Estadístico de España del siglo XIX, reseñando que aún la mayoría de las construcciones tienen la techumbre de paja.

Ya entrados en el presente siglo, se produce en la zona un importante desarrollo económico; las nuevas comunicaciones, el desarrollo de la ganadería y de los servicios, dan lugar al abandono de unas formas de vida arcaicas, que tienen como exponente fundamental su tipo peculiar de vivienda.

Actualmente su estado de abandono es total, si bien se conservan ejemplares transformados en su techumbre, en casi todos los pueblos de la zona, habiendo desaparecido bajo el embalse de Riaño, magníficas piezas constructivas en los Concejos de Riaño, Salio, y Escaro.

En algunos casos, como en la casa de Serafín y Josefa de Acebedo, la estructura se conserva casi intacta, habiendo sustituido la cubierta por fibrocemento. En la parte este aún se puede contemplar una de las horcas exteriores que sujetan la cumbrera.

 

3.- LOS MATERIALES

Los materiales empleados en la construcción tenían su único origen en el entorno natural, que de modo abundante rodeaba a los habitantes de estos valles. También hay que tener en cuenta que el aislamiento obstaculizó durante siglos la influencia de nuevos elementos y tipologías constructivas.

En la zona abundaban, y aún hoy abundan, los bosques de haya y roble; si bien su extensión fue decreciendo con el paso del tiempo, debido a las constantes roturaciones para el aprovechamiento agrícola y ganadero. La variedad más empleada es el roble, sobre todo en los elementos estructurales de la vivienda. De madera de haya eran las horcas y la cumbrera que conformaban los pilares esenciales, y de roble o haya las llatas o ramas que con el nombre de pares, ratas y aspras, se colocaban en la cubierta para entrelazar la paja de centeno.

Junto a la madera, la piedra constituía el otro elemento predominante, siendo los cantos rodados y el barro los componentes esenciales para levantar los muros de mampostería. Para enmarcar las puertas y ventanas, y en los esquinales se trabajaba con sillares de piedra caliza o de grano, de formas más o menos geométricas.

Preparando la paja para techar.

Como tercer elemento indispensable contaban con la paja de centeno. Para separar el grano, se “majaba”; actividad que consistía en golpear los haces contra las tablas de un trillo, obteniendo así los haces de paja denominados “cuelmos” que se empleaban para conformar el tejado, cumbrera o “teito” (en Asturias)

La agricultura es pobre y de subsistencia; se aprovechaban las laderas cercanas a los pueblos para cultivar el centeno, reservando antes de la trilla los haces o cuelmos necesarios para realizar una nueva cumbrera o reparar las ya existentes valiéndose de la pala de techar o techadora , herramienta de madera indispensable para entrelazar la paja.

Como fácilmente podemos deducir, vida y naturaleza se encontraban íntimamente ligadas. La interdependencia era total y sus edificios no podían ser una excepción.

Con el paso del tiempo y la adversa climatología, las casas llegaban a confundirse con el paisaje. El color pardo verdoso de los tejados, apenas sobresalía del entorno cromático del valle. La paja se iba cubriendo de musgo que tamizaba prácticamente la superficie de los faldones.

3.- Las fases de construcción de una casa de paja

Tomando como base los elementos antes mencionados –madera, piedra y paja- la construcción se llevaba a cabo con escasos medios técnicos, con la ayuda de vecinos y parientes y después de haber acarreado la piedra (acarretos) y trabajados con "azuela" y hacha los troncos de los árboles, que previamente se habían cortado y bajado del monte por las trecheras o trechorios.

La construcción se dividía en tres fases:

A) La primera fase consistía en montar el “castro de madera”. Se denominaba así al conjunto formado por las “horcas de madera” y la cumbrera. Las “horcas” son grandes pies derechos de roble o haya con forma de horquilla en el extremo superior. Se colocaban tres en el eje longitudinal de la vivienda, uno en el centro y dos adosados a los muros astiales, y sobre ellos, en sentido horizontal sentaban otra gran viga, a la que llamaban “ pontón o cumbrera”. La cumbrera no apoyaba directamente sobre los muros de mampostería, dada la inconsistencia de éstos.Este castro de madera sería el esqueleto básico para las sucesivas fases de edificación.El tipo constructivo no era uniforme en todos los casos; encontrándose variantes con soluciones diversas; así la horca situada en el "testero" o puntal, puede situarse en la cara interior, no siendo visible en la fachada. En otros casos, al construir dos viviendas colindantes, la horca que corresponde al muro medianero suele ser común para los dos edificios contiguos. También existen ejemplares en los que solo existe una horca central, apoyando los extremos de la cumbrera directamente en los muros laterales.

B).- En la segunda fase se levantaban los muros de mampostería de caliza o pizarra sentada con mortero de barro; utilizando en las esquinas sillares con ligera labra. Los muros laterales –lanceros- son de altura aproximada de 2,5 metros, predominando el macizo sobre el vano. Las ventanas apenas existen, siendo éstas de un tamaño reducidísimo: apenas 30-40 cm. enmarcadas en sillares adintelados o en postes de madera. En estos muros laterales existen ejemplares que arrimaban pies derechos de madera - “estelas” - de trecho en trecho, que se corresponden con otros interiores, que se unían sobre el muro en el que se asentaba una gran viga - "solero" - a lo largo de todo él, en la que también se apoyan los "pares" de los paños inclinados de la cubierta. Los muros astiales – "agujas" - eran más elevados, llegando hasta el límite marcado por la cumbrera o pontón.

Por regla general en la aguja anterior o testera – "puntal" - se dispone la fachada y el acceso de personas y animales. En otros ejemplares la fachada y la puerta la estructuraban en una lancera o muro lateral. Ejemplos de uno y otro tipo existen por toda la Comarca.

En las fachadas solían prolongar el alero del tejado, creando así "portaladas" para guardar el carro y otros aperos de labranza (trillos, arados, rastrillos...) , así como haces de hoja y leña, “coloños”, para el invierno. Dada la dura climatología invernal, las "portaladas" fueron un elemento muy habitual en las construcciones de este tipo, y en su posterior evolución en las cuadras y establos, independientes ya de la vivienda.

Las puertas, de escasas proporciones, y enmarcadas con piedras toscamente labradas y dintel monolítico, podían ser rectangulares o en forma de arco de medio punto, con dovelas de sillería.

Trabajadas a base de tablones de roble o haya, de una o dos hojas, tenían en la mitad superior un ventanillo, el “cuarterón”. Para cerrar se usaba la "tarabica", listón de madera que se levanta desde el exterior por medio de una correa que traspasa la puerta por un agujero, y el "pestillo" –cerradura de madera- que sólo se podía abrir o cerrar desde el interior, pues, clavado en la puerta, giraba hacia la jamba, impidiendo la apertura desde el exterior. Otra forma de cerrar, que aún perdura en muchas cuadras de la comarca, es el cabijo, trozo de madera o metal que se ajusta en un agujero hecho en el marco de la puerta.

Encima de la puerta lateral abrían el “boquero” (ventana de madera de una o dos hojas) enmarcado en piedra que daba acceso al pajar o tenada, y en el muro sobre la parte de la cocina, situaban, de igual manera, otro ventanuco para posibilitar la entrada de luz y la salida del humo de dicha estancia.

C) En la tercera fase se construía la cubierta, que siempre se hace a dos aguas, con rápidas vertientes que facilitan la caída del agua y de la nieve. De no tener esta pendiente, estas frágiles cubiertas no resistirían el peso de la nieve. Sobre el castro de madera se colocaban los "pares" –vigas o llatas de haya o roble, que se unían sobre la cumbrera y se apoyaban en los "estelos"- pies derechos adosados a los muros laterales-. El encaje de los "pares" sobre el "portón" o "cumbrera" es muy característico, puesto que de una forma peculiar se lograba la máxima seguridad en el enganche: uno de los "pares" - " espigo"- se introducía en el otro previamente perforado, encajándose en el espigo, una vez atravesado, un pasante de madera que hacia imposible prácticamente su separación.

Respecto al apoyo en los "estelos", como anteriormente se ha apuntado, no es regla general su uso. Existen tipologías donde los pares se apoyan directamente en el sobremuro - "solero" de madera sujeto por "estelos" interiores, no exteriormente.

Sobre los pares se construye un forjado de ramas de haya – "ratas"- que servirán de base para los "cuelmos" - haces de paja-. Una vez sujetos los "zarzos" o ratas a los pares por medio de "belortas" -ramas verdes, de salguera, muy maleables que utilizaban a modo de cuerda-, comenzaba la última fase de la cubierta: el techado .

Esta específica labor la realizaban los techadores . La paja de centeno, convertida en cuelmos y majada, estaba lista para ser utilizada. Con los cuelmos y la pala de techar o techadora –apero de madera peculiar para esta labor, con cierto parecido a un remo- se iban sobreponiendo y atando con belortas finas sobre las ratas, comenzando por la parte baja para terminar sobre la cumbrera. Para asegurar la consistencia del entramado y resistir los vientos, se colocaban las "aspras" –varas de haya, que, al igual que los pares, se ataban entrecruzadas sobre la cumbrera, en forma de cruz.

4.- DISTRIBUCIÓN INTERIOR

El interior se divide en dos plantas: en la baja se distribuyen las diferentes estancias para personas y animales, y en la superior –tenada o pajar- se utiliza para guardar la hierba y la paja. Para separar ambos pisos se utilizan pies derechos con punta en forma de horca, sobre los que se arma, a base de tablones y vigas, lo que será el forjado del techo de la planta baja.

Las dependencias, en general, son las imprescindibles: portal, cocina, cuadra y dormitorio. La división se realiza a base de muros de mamposteria, y en ocasiones con tablas. Existen ejemplares que carecen de dormitorio; colocándose camastros en la cocina, que en estas casas es de mayor tamaño.

La entrada, generalmente es por el testero, o mediodia, tanto puede ser única para todas las estancias mencionadas, como independiente en un lateral para dar acceso exclusivo a la cuadra, que en este caso se separa de la vivienda por un muro. Se accede a un portal grande, utilizado preferentemente para guardar los aperos de labranza. Su suelo es de tierra. Desde él se accede a la cuadra , a la cocina y al dormitorio.

La cuadra, con suelo de tablas de haya para preservar a los animales de la humedad, tiene a un extremo del entablado la “corredera” –canal de canto rodado o maderas de roble para las aguas-. Las vacas se atan con colleras o collares de madera a los pesebres, las pesebreras, fabricados con tablones de roble, donde se sirve el alimento al ganado. Están separados entre sí por paredes de tabla a media altura, para que los animales no se hagan daño con las cuernas. En otro ángulo se compartimentaba el “cubil” para el cerdo y, en otro departamento, la “corte”, donde se guardaban las ovejas y cabras. El gallinero se acomodaba normalmente encima del cubil.

La cocina era la pieza básica y a veces única, donde las personas hacían su vida. En el centro colocan el “llar” donde se encendía el fuego; su base era empedrada y su superficie no solía sobrepasar el metro cuadrado. El resto del suelo era de tierra pisada. Al tratarse de construcciones adaptadas a un clima frío, conservan en su interior una temperatura agradable. No existe chimenea para salida del humo, que se filtra a través del techo de paja, contribuyendo así a conservar el armazón de madera. El techo de la cocina, negro y brillante como el charol, debido al sarro que se va formando con el humo, tiene la peculiaridad de estar formado por un entramado de vigas entrecruzadas cubiertas con “tapines”, musgo y tierra. Usaban el "tapin" para evitar que las chispas prendieran la paja de la techumbre. Encima del tapin se situaba la "priegol", especie de desván.

De la viga del techo se colgaban las “llares” o “pregancias”, especie de cadena de forja terminada en un gancho, donde se colocaba el pote de cobre para cocinar. La única ventilación de la cocina era un ventanuco; entre el espacio situado sobre él y el techo, se curaban al humo los productos de la matanza, colgados éstos de varales de avellano. En un ángulo de la estancia construían el horno para cocer el pan de centeno que ellos mismos amasaban. Alrededor del llar se situaban los “escaños” –bancos de madera- y más alejados del fuego los camastros. No hay que olvidar que no todas las viviendas disponían de dormitorio independiente.

En el piso superior el pajar y la priegol lo completaban. Este piso solía tener alguna ventana pero de escasas proporciones, a excepción hecha del “boquero”, ventana de mayores proporciones situada sobre la puerta para meter la paja y el heno. A la "tenada" también se accedía desde el portal por una escalera de mano.