LA TIA ARGOLLANA

 

Si la mala suerte no hubiera hecho que a la tía Argollana la robaran en dos ocasiones, muchos de nosotros hubiéramos sido muy ricos. Y cuando digo "muchos de nosotros" me estoy refiriendo a todos los que, de alguna forma, hemos sido sus herederos y os puedo asegurar que somos un montón. Poco faltará para que los beneficiarios no seamos casi medio pueblo de Acebedo. Algún día aclararé esto y veréis que lo que os cuento es real.

La tía Argollana en realidad se llamaba Antonia, pero la verdad es que nadie la recuerda por su nombre. Era natural de Valdeteja, un pueblo de la comarca de los Argüellos, en la cuenca alta del río Curueño y parece ser que había llegado a Acebedo como ama de un cura.

Vivía en una casa que se levantaba en el solar que hay en las proximidades de la panadería (entre la casa de Humildad y la de Ciriaco), y que yo recuerdo cuando ya estaba en ruinas y sólo quedaban en pie las piedras calizas, magníficamente labradas, que un día habían sido las puertas del corral y de la casa. Al lado de la casa también tenía una cuadra.
Como no tenía hijos, decidió llevarse con ella a un sobrino de Valdeteja que se llamaba Angel, que pasado el tiempo sería mi bisabuelo y de quien, casi con toda seguridad, yo he heredado el nombre. Tiempo después también se llevó con ella a otro sobrino que se llamaba Ciriaco, y a una sobrina.

El cambio que hizo mi bisabuelo Angel, pasando de ser hijo de familia muy numerosa a sobrino de tía rica, es seguro que no consiguió desterrar totalmente el fantasma del hambre, puesto que si cierto es que en casa de sus padres había muchas bocas que alimentar y pocas viandas que comer, no es menos cierto que la austeridad en la que vivía su tía no se alejaba mucho de hacer extensiva la Cuaresma a todo el año, sobre todo en lo que al ayuno se refiere. A los que le veían ir todos los días con las vacas les llamaba la atención las pequeñas dimensiones de la zurrona en la que llevaba la comida para todo el día, por lo que le decían:
- Angel, ¡pero que zurrona más pequeña llevas!.
- Y si me la llenaran... -contestaba resignado-.

Con respecto a la comida la tía seguía una máxima que a ella seguramente le parecía fantástica y que no se privaba de pregonar:
- El que come y deja, dos veces pone la mesa.

Este rigor alimenticio hacía que en el momento más inesperado de la comida, la tía daba ésta por terminada, para que lo que aún quedaba en el plato sirviese para volver a poner la mesa a la hora de la cena. Ésto suponía que, en algunos casos, después de hacérsele la boca agua mientras extendía el tocino bien caliente sobre una rebanada de pan, la tía diese por finalizada la comida antes de darle tiempo a hincarle el diente y lo tuviese que cenar cuando el pan ya estaba duro y el tocino frío.

Según cuenta mi madre, la tía Argollana era muy rica. Lo que de ella oyó a su abuelo es que era propietaria de bastantes fincas y animales, especialmente vacas, ovejas y yeguas. De cualquier forma, lo que sí parece claro es que la mayor parte de sus riquezas, para nuestra desgracia, estaban dentro de un arca de madera de roble que tenía en su casa.

Cuando su sobrino Angel se casó con Patricia la de Maraña(ver foto) , al lado del arca de la tía colocaron el arca del matrimonio que, a diferencia de la otra, no se cerraba nunca, posiblemente porque no tuvieran nada de interés que meter dentro.

Nunca nadie consiguió ver lo que había dentro de aquella arca, cuya llave guardaba celosamente la tía Argollana colgada del cuello con la misma cuerda que el escapulario.

En cierta ocasión, durante el mes de Julio, estando Patricia en casa, una vecina vino a recoger y pagar una manteca que le había vendido la tía Argollana. La sobrina cobró el importe, puso el dinero en un plato y al colocarlo encima del arca para que lo guardase dentro su tía cuando volviese, algo llamó su atención y tiró de la tapa del arca de su tía hacia arriba. Al observar que el inexpugnable artefacto se abría, no llegó a terminar el recorrido, dejó caer de golpe la tapa y salió corriendo en busca de su tía política.

Cuando llegó a las Vegas, donde Angel y su tía estaban cargando un carro de hierba, con la poca voz que su agitado resuello le permitía, le contó a Angel lo que sucedía. Este, echándole valor al asunto, se dirigió a su tía y le dijo:
- Tía, dice Patricia que el arca se abre.

La tía Argollana, sin articular palabra, dejó caer el rastro con el que estaba apañando y se dirigió hacia su casa.

Cuando, después de terminar de cargar el carro, volvieron a casa, Patricia le preguntó:
- ¿Fue mucho tía?.
- Sí hija sí -contestó la tía-, lo suficiente para arreglarle a uno toda la vida.

Desde hace cuatro generaciones, la respuesta de la tía Argollana sigue resonando en nuestros oídos y no podemos evitar en pensar lo que hubiera sido de todos nosotros si el candado del arca hubiera resistido el atropello.

A pesar de que en más de una ocasión intentaron que la tía Argollana cuantificara lo que le habían robado, nadie consiguió obtener otra respuesta que no fuera la de:
- Lo suficiente para arreglarle a uno toda la vida.

Con esta respuesta nunca hemos podido establecer ni siquiera una aproximación de lo que había dentro del arca porque, teniendo en cuenta lo austera que era la tía, es muy posible que al ladrón no le arreglase la vida mucho más allá de unos meses, entre otras cosas porque con una profesión así no tenía ningún motivo por el que privarse de nada. Además, en los meses que siguieron al día en el que el arca se abrió estando la llave a dos kilómetros de distancia colgaba del cuello de la tía Argollana, a ningún vecino del pueblo se le notaron signos externos de haber arreglado su vida, motivo por el que la investigación minuciosa que sin duda se llevó a cabo, para nuestra desgracia, nunca llegó a dar resultado positivo.

Mí madre siempre oyó que a la tía Argollana la habían robado dos veces, sin embargo, del otro robo no se conocen detalles por lo que es muy posible que ocurriese con anterioridad al que ella oyó contar a su abuelo y seguro que también fue de una cuantía suficiente como para arreglarle toda la vida al delincuente.

A la muerte de la tía Argollana, sus tres sobrinos heredaron todos sus bienes. Por lo tanto, a mi bisabuelo Angel le correspondió un tercio de las propiedades, entre las que estaban fincas, vacas, ovejas, yeguas, la casa, el arca, la llave y el interés de los ladrones por llevarse lo que había dentro.
Otra cosa que heredó de su tía fue la devoción religiosa, lo que motivó que fuera al anochecer y aprovechando que en aquella casa todos iban diariamente al rosario, cuando de nuevo un ladrón intentó comprobar si dentro de aquella famosa arca había en realidad lo que se rumoreaba.

Sin embargo, este nuevo asalto al candado del arca no dio el resultado apetecido, de lo que nosotros sus herederos, varias generaciones después nos seguimos alegrando.

El día elegido por el asaltante para reventar otra vez el candado del arca, una hija de Angel, Pilar, se encontraba en la cama enferma, por lo que lo que no pudo ir al rosario con el resto de la familia. Estaba dormida cuando la despertaron unos extraños ruidos en la pared que separaba su habitación de la tenada, que por aquellas fechas estaba llena de hierba. Se levantó y marchó corriendo hasta la iglesia, subió al coro y le dijo a su padre lo que pasaba. La gente que estaba en el rosario rodeó la casa y varios hombres, más por quitarle el miedo a la chica que porque realmente pensaran que alguien intentase entrar en la casa a través de la pared, subieron con horcas a la tenada; más le valió al ladrón no estar allí, ya que pincharon la hierba por todos los lugares donde era posible que se pudiera esconder una persona. Como su exploración no dio lugar a pinchar otra cosa que hierba, dedujeron que allí no había nadie y que los ruidos habían sido más producto de la fiebre que del buen oído de Pilar.

Sin embargo, cuando en la primavera las vacas ya se habían comido casi toda la hierba de la tenada, se pudo comprobar que en la pared medianera había unas cuantas piedras arrancadas, con toda la apariencia de que alguien había intentado acceder a la casa utilizando el sistema del butrón. Pero como nadie consiguió averiguar quién había podido ser, el descubrimiento no sirvió de otra cosa que para demostrar que Pilar tenía un buen oído, que aquella gripe no le había producido tanta fiebre como pensaban y que no quedaba otro remedio que llamar a un cantero para que volviese a reconstruir la pared.


Angel Cimadevilla Díez
22 de septiembre de 2007

NOTA: Este relato de la tía Argollana es producto de la transmisión oral y tiene su inicio en mi bisabuelo Angel, que transmitió la historia a su hija Carolina y llegó hasta mí a través de Patricia, nieta de Angel, hija de Carolina y madre del que ahora os lo cuenta. Como en todas las cadenas de transmisión oral, es muy posible que esta historia contenga errores y sea incompleta, así es que estaría encantado de conocer cualquier dato que conozcáis sobre este tema con el fin de corregir y completar la versión que hasta mi ha llegado.
Conviene no olvidar que la tía Argollana no solo trajo a Acebedo a Angel, sino que también trajo a otros dos sobrinos y uno de ellos también tuvo descendencia en Acebedo, así es que a través de los descendientes de sus otros sobrinos seguro que también se habrán transmitido otras versiones sobre la tía Argollana que pueden o no parecerse a esta.

 

Carolina, hija de Patricia y de Angel, y también mi abuela.