Ruta de las Colladas
Como dice arriba, la Ruta de las Colladas se había programado para el día del Salvador, fiesta en Burón. No precisamnete el mejor día para que los jóvenes acudieran a la marcha. Se tendrá en cuenta para posteriores citas. La comitiva, algo menos numerosa que la del año pasado, partió a las ocho de la mañana de las inmediciones del Oterín. Al frente de la misma, Pedro Cimadevilla, quien había diseñado la hoja de ruta. No bien se llegó a la Cruz del Rayo el pelotón pierde a una unidad, que, despistado se dirigió a la fuente Erendia, perdiendo completamente el contacto con el grupo y viéndose obligado a volver sobre sus pasos. A pesar de la espera en Prao Escobio no lo vimos más en todo el día. Claro que ver, lo que es ver, se veía más bien poco. La ruta, dura y exigente, pero no extrema, podría haber resultado impresionante de no ser por la niebla que, a lo largo de todo el día se empeñó en nublarnos las maravillosas vistas que desde arriba imaginábamos.
Desde Prao Escobio, por una vereda de ganado, alcanzamos el camino de Los Hoyos y desde allí, sin tregua, pusimos rumbo al impresionante Valle de las Arenas. Nos dio la bienvenida con sol espectacular que nos dio algunas esperenzas. Despues de un breve refrigerio, se ascendió muy tranquilamente valle arriba hasta alcanzar la primera collada: Collada del Valle de las Arenas, que se defiende en su parte final con un terraplén pelado que entraña alguna dificultad. Nada importante para gente con entusiasmo y que tiene todavía las fuerzas casi intactas. Eran las 11 de la mañana y llevábamos tres horas de ruta. Ascendiendo el Pico Entrecolladas y contemplando la maravillosa vista que aún nos ofrecía el Valle de las Arenas, vimos algo parecido a un velocípedo, con forma humana, que subía valle arriba cual rebeco sube a los picos. Así, en menos de veinte minutos, se unió a la comitiva, ya en el citado Pico Entrecolladas.Según sus propias palabras se había presentado allí en solo ¡hora y media! Creo que un tractor tardaría más tiempo. Y encima llegaba cantando el Naveira do mar, a voz en grito… divertidos, deportistas y entusiastas los quiere Dios.
Después de una muy breve estancia en el Pico Entrecolladas, lo justo para hacer fotos, hidratarnos y tomar algo de alimento, llegamos a la segunda collada: La collada de Murias, que fue un visto y no visto ya que inmediatmente comenzamos la suave ascención al pico del mismo nombre. De vez en cuando nos fijábamos en Adrián, el más joven de la expdición con 8 años, bien arropado por su tía, y bien entrenado en impresionantes marchas por los Alpes franceses. Buenos genes montañeros no le faltan y a fe que lo dejó más que demostrado. El más veterano de la expedición volvió a ser, como no, Germán Rato, que a sus «taitantos» años se defiende más que aceptablemente cuando la montaña se pone hacia arriba.
La bajada hasta la Collada Vioba entrañó alguna dificultad por el fuerte desnivel y también por la niebla que ya había comenzado hacía rato a hacernos la puñeta. Nos quedamos con alguna unidad que tiene alguna dificultad en la bajadas fuertes y nos reagrupamos de nuevo en la Collada de Vioba. Antes de comenzar la ascensión al Pico Corral de los Diablos perdimos tres unidades que prefirieron seguir la ruta por debajo, acompañados por Angel Cimadavilla, que les sirvió de guia, como ya se había previsto. El resto de la expedición ascendimos el pico que no entrañaba, desde la altura en la que nos encontrábamos, ninguna dificultad. Los montañeros se retrababan de vez en cuando para coger arándanos, mirtilles, que diría algúna acompañante. Y es que mira que hablan raro los franceses, y mira que se ve bien que son arándanos, pues nada, mirtilles…
Desde la cima del Pico Corral de los Diablos no veíamos nada a nuestra izquierda, aunque si se adivinaba un gran desnivel. Ante la falta de visibilidad el jefe de ruta optó por suprimir la ascensión al último pico, el Coto las Undias. Así, a través de un tupido escobal, semienterrados en los piornos, descendimos hasta la loma que nos hubiera llevado sin ninguna dificultad hasta la Peña de todos los Vientos, que también obviamos. LLegamos al Prao los Tizones y bebimos las aguas de su gélida fuente, para algunos, la mejor de todo el terreno de Acebedo. Ya solo nos quedaba alcanzar «la autopista» que nos dejaría en el incomparable Valle de Erendia, donde se había previsto la comida, muy cerca de la fuente del mismo nombre. El sol no molestaba. No había…casi mejor.
Como era de esperar muchas unidades se unieron allí a los montañeros, unos para llevar las viandas a amigos y familiares y otros para apoyar y dar testimonio con su presencia, en un gran gesto de solidaridad. Sea como fuere, allí se formó un ambiente que no se puede describir en letras: hay que vivirlo. Solo por participar en esa comida montañera ya merece la pena hacer la ruta. Al final apareció el orujo y calentó las cuerdas vocales y comenzaron los cantaridos y las coplas, algunas de mucho mérito. Y así, en este buen ambiente, comenzamos el descenso hasta Los Juntanales para luego tomar a la derecha y descender por el Monte Cotao. En el camino no faltó alguna parada para continuar con los cánticos que Germán y Mariano, mano a mano, no dejaban de entonar, acompañados por el cantante oficial de la marcha, Guillermo, que en absoluto desmerecía.
¡Que buen rollo!, como dicen ahora los chavales. ¡Que ambiente tan increible! Así, cantando a voz en grito «Viva la montaña, viva…», entramos en el pueblo por El Oterín, mientras la gente se asomaba curiosa a la ventanas. Despedimos la ruta, el día y los cánticos delante de casa de Patricia, donde entonamos a viva voz el triste «Adios con el corazón…»
FOTOS: A. Cimadevilla, E. Martínez.